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"La vida, como la fotografía, consiste en positivar lo negativo"

Abril de 2011

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París - Eurodisney

La ciudad de la luz y el reino de la fantasía

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Los jardines de Les Tuileries desembocan en una enorme plaza llena de edificios de estilo romántico y el Museo del Louvre.

  Corría el año 2011; mi hijo Iosu había cumplido 4 años en agosto y decidimos hacer un viaje a la tierra de la fantasía de Disney, en París. Esta vez era un viaje organizado, no tenía mucho rodaje en eso de preparar las salidas, los aviones, etc. Así que, contratamos un viaje de 4 días con 3 noches en el Hotel Cheyenne, con entradas al parque y viaje en el tren de alta velocidad, ya qué, al venir el abuelo y no poder volar por problemas cardíacos, el viaje más cómodo era ese.

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El plano de situación de las distintas zonas del parque.
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Astigarraga - París - Eurodisney

A media tarde nos trasladamos desde Astigarraga hasta Hendaia en mi coche particular, para coger el tren nocturno al otro lado de la frontera. 

Dejamos el coche en el parking para, a la vuelta, regresar a casa lo más cómodos posible. Cenamos algo en la estación y enseguida subimos al tren para arrancar dirección París. Fuimos en litera y la verdad que bastante bien. Después de un sueño y prácticamente en un abrir y cerrar de ojos estábamos en “la ciudad de la luz”.  Mi hijo, de apenas cinco años de edad, estaba exultante de alegría, pero a la vez, algo nervioso y emocionado.

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Iosu, ilusionado, en la estación de Hendaia.
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Eurodisney

Llegamos a la estación de París-Orly y desde allí teníamos que ir a EuroDisney mediante un tren de cercanías que salía desde la estación de París-Bercy hasta

Marne La Vallee. Tras la odisea de subir y bajar del tren, con el niño, el abuelo y las maletas, llegamos al destino a medio día. La sola visión del parque desde afuera te metía ya en un mundo mágico y despertaba las ganas de entrar y disfrutar como un niño. En la misma parada de llegada del tren estaba la parada de los autobuses que te trasladan hasta los diferentes hoteles, así que, cogimos el que iba hacia el Cheyenne y para la hora de comer habíamos hecho el check-in, recogido las credenciales para entrar al parque y estábamos acomodándonos en nuestra habitación. Comimos algo y directamente fuimos al “cogollo” para empezar a disfrutar.

Walt Disney con Mickie Mouse.
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  Tras pasar la barrera de la entrada, bajo el Hotel Disney, flanqueada de “chiringuitos” de todo tipo, cafeterías, pizzerías, regalos, casas de madera de colores y la estación con sus trenes de vapor se abre una ancha avenida... Es la Main Street USA, con el ambiente de la América de principios del siglo XX. Había tanto que ver, había tanto que patear que la verdad

no sabías por donde empezar. Estaban arreglando la parte baja del  Castillo de la Bella Durmiente y para ser sinceros, le quitaba bastante belleza, pero bueno era así y no podíamos hacer nada. La cara de felicidad de mi hijo me llenaba de alegría, aunque de vez en cuando, viendo los grandes muñecos que paseaban por allí, se asustaba un poco.

  Como el abuelo tiene una movilidad reducida, el ritmo de nuestro caminar era bastante lento y tardamos un buen rato en llegar hasta la oficina donde se acreditaban las personas con minusvalía, para poder recoger la credencial que nos daría acceso a las atracciones, sin tener que aguantar las largas colas de espera. Una vez con la credencial en nuestras manos, era cuestión de empezar a ver las atracciones.

La entrada al parque.
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La recepción del Hotel Cheyenne, el pueblo y nuestro alojamiento en el edificio "Gerónimo".

 De la Main Street USA subimos calle arriba alucinando con cada rincón y cada atracción que encontrábamos a nuestro paso... de repente nos dimos de bruces con un desfile de los que cada día se organizan con la participación de todos los personajes Disney. Tras la algarabía del desfile, nos dirigimos a la zona llamada Fantasyland, la tierra de la fantasía, como su nombre indica, con el castillo como punto central. Aunque la parte inferior estaba forrada con unas imágenes del castillo sobre unos tableros, tapando el andamiaje, la estampa era bonita y la ilusión con la que mi hijo vivía el momento acababa convirtiéndolo en un momento maravilloso. Dentro se abría otro mundo lleno de fantasía, era como la puerta de entrada a un cuento de esos que leíamos de niños.

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Las atracciones eran espectaculares pero, la cara de mi hijo era todo un poema.

  Pinocho, Merlín, Peter Pan, Alicia en el país de las maravillas, Los Caballeros del Rey Arturo, Dumbo, Blancanieves y los enanitos... Cada atracción era una especie de viaje a la infancia. El niño disfrutaba de lo lindo, pero nosotros no nos quedábamos atrás.


  Así pasó la primera jornada, la tarde se iba acabando, el sol se metía y era el momento de volver al hotel, cenar y descansar. Había que reponer fuerzas para el día siguiente estar “a tope” para seguir disfrutando.

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Eurodisney

  Nos levantamos y fuimos a desayunar a la cafetería del hotel, teníamos "buffet" libre. Fruta, cereales con yogur y un café para empezar el día llenos de energía. Tras el desayuno fuimos en busca del autobús para acercarnos al parque.

A primera hora como se ve en la foto, estábamos en la entrada con ganas de disfrutar... Teníamos otro día por delante.

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Un nuevo día cargado de magia e ilusión.

  Se hizo la hora de comer y buscamos un chiringuito para comer algo de pasta... Comimos rodeados de la Reina de Corazones, el sombrerero, Alicia, el conejo blanco y el gato atigrado y, desde allí, sin perder un minuto, nos dirigimos a la parte llamada Frontierland

  Nos dirigimos a Fantasyland ya que el día anterior no habíamos visto todo... un paseo en las barcas por El país de los cuentos en miniatura, El laberinto de Alicia, la Bella durmiente, las locas tazas de té y una de las que más nos gustó, It´s a small world, un crucero que recorre el mundo entero, con muñecos vestidos de trajes típicos y canciones de cada país amenizando el recorrido... Precioso !!

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El paseo en barco, alrededor del mundo, fue una relajante aventura.
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Los personajes de Alicia en el país de las maravillas nos acompañaron en la comida.

  Allí, transportados al Fart-West, nos esperaban un sinfín de nuevas atracciones... entramos por el campamento indio de Pocahontas y fuimos a la cantina decorada con infinidad de fotos de los más legendarios pistoleros como “Billy el Niño” y “Calamity Jane”. Tomamos un café y fuimos a la zona del embarcadero en busca del paseo en el barco de vapor que cruzaba el río Mississipi, el llamado Crucero de Thunder Mesa.
  Enseguida llegó el barco y como teníamos prioridad de embarque, subimos casi los primeros y pudimos hacernos con la primera fila de la cubierta superior, en la proa del legendario barco... Un sitio de lujo.

Réplica de uno de los barcos que cruzaban el Mississipi.
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  Zarpamos hacia la zona que rodea la montaña rusa llamada Big Thunder Mountain, pero no subimos en ella ya que estaban arreglando algo y no se podía subir. Pasamos junto a una cabaña del oeste y una familia de alces... y tras unos 20 minutos de recorrido, encaramos la casa del terror, llamada Phantom Manor.

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Desde el barco pudimos ver hermosos paisajes del lejano oeste americano.
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  Al acabar el relajante recorrido del barco, nos encaminamos hacia ella, con el reparo del pequeño, pero a la vez la curiosidad de ver que había dentro.

  Entramos; entre fantasmas y calaveras fuimos recorriendo la mansión, con algún que otro grito tras los sustos que nos íbamos llevando... al final, con la adrenalina a flor de piel salimos de nuevo a la calle, entre risas y comentarios. 

En la casa Phantom Manor nos esperaban los fantasmas.

  Un largo y tranquilo paseo al ritmo del abuelo, para dirigirnos hacia Adventureland, que alberga el mundo de los piratas. Allí estaban, desde el País de Nunca Jamás con Peter Pan y el Capitán Garfio en su legendario barco, la famosa Skull Rock, (la roca con forma de calavera), pasando por la casa de Robinsón Crusoe, hasta la misma guarida del Capitán Yack Sparrow recreando a los Piratas del Caribe.

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Yack Sparrow y sus piratas.

  Tras la intensa travesía por "el mar del Caribe", teníamos que espabilar para llegar a tiempo de ver el desfile vespertino de los personajes Disney, que todas las tardes recorren el parque en un colorido y animado pasacalles lleno de magia e ilusión... Nos acercamos hacia la parte donde comenzaba el desfile, para así poder ver en primera fila a todos los personajes. La carita de mi hijo era todo un poema, los ojitos desorbitados y la boquita abierta, daban fe de su estado de "éxtasis".

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El desfile de las estrellas de Disney fue un momento "mágico" para mi hijo; allí estaban todos los personajes de su infantil mundo.
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  Pasaron los personajes y nosotros tomamos camino de regreso al hotel pero, de paso, nos paramos un momento en la zona llamada Discoveryland. Allí, nos subimos a las naves de Buzz LightYear y dimos un paseo por el espacio ínter-estelar. Fue el remate a un intenso día en el que disfrutamos con el niño y como niños.

  La tarde caminaba implacable hacia el ocaso, el sol caía en el horizonte y tanto el niño como el abuelo acusaban el cansancio de las horas de aventura vividas... Era el momento de plegar velas y volver a puerto.

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  Poco a poco volvimos por la Main Street USA camino de la salida del parque. Había que regresar al hotel, cenar, ducharnos y descansar. Al día siguiente iríamos a París...

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Eurodisney - París - Eurodisney

  Me levanté temprano, estaba ilusionado con la idea de ver la ciudad de la luz; París. Puse en marcha a la “tropa” y fuimos a desayunar. El abuelo se quedaría en el hotel, ya que el ritmo que íbamos a llevar ( las caminatas, el metro y todo el día de aquí para allá ), no era propicio para él.

  Tras el opíparo desayuno, preparamos una pequeña mochila con algo de comida y agua (sobre todo para el crío) y fuimos hasta la estación del tren para ir a la capital. El tren en su línea RER-2, nos llevaría hasta la estación Charles de Gaulle, justo bajo el mismísimo Arco del Triunfo, en Los Campos Elíseos, donde empezaría nuestro periplo por la ciudad.

  Un único día no da para mucho, así que había que intentar ver lo más significativo... había preparado un recorrido de oeste a este, empezando en el Arco del Triunfo y acabando en Notre Dame.

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El Arco del Triunfo en los Campos Elíseos.

  Mapa en mano, subimos por la Avenida de los Campos Elíseos hasta el monumento construido entre 1806 y 1836 para conmemorar la victoria de Napoleón en la batalla de Austerlitz. Me lo imaginaba mas grande, pero aún así precioso... Después por la Avenida de Kléber nos dirigimos hacia la Plaza del Trocadero... La imponente visión de la Torre Eiffel  desde allí arriba, con el llamado Campo de Marte en la parte posterior y el río Sena por delante me emocionó...

  Más atrás se expandía la ciudad en un sin fin de calles, edificios y jardines que se perdían en el horizonte,  hasta donde la vista alcanzaba.

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Al fondo el Sacre Cour visto desde la Plaza del Trocadero.

  Después de grabar tan bonita imagen en la retina, y hacer unas fotos, nos encaminamos escaleras abajo. Cruzamos el río y pasamos por debajo de la gran estructura de hierro, icono de la ciudad desde su construcción en 1918. No habíamos sacado entradas anticipadas y las colas para comprarlas y para posteriormente subir a la torre eran kilométricas, así que, decidimos seguir adelante porque de otra manera perderíamos toda la mañana.
  Hacía un día muy bonito y nos sentamos en el la hierva del Campo de Marte para comer un sándwich y descansar un momento, mientras nos recreábamos con la impresionante visión de la Torre Eifel.

  Tras el momento de descanso tocaba reanudar la marcha... Atravesamos todo el Champ du Mars y llegamos a la Ecolé Militaire y tras hacer unas fotos nos dirigimos hacia la Explanada des Invalides, con un enorme parque donde mi hijo corrió a gusto detrás de las palomas.

  Al rato continuamos la marcha volviendo a cruzar el Senapara llegar a la Avenida de Wiston Churchill y girar a la derecha para llegar a la Place de la Concorde y ver el Obelisco de Lúxor allí colocado. Este monumento es el original de Egipto, mide 23 m de altura y se lo regaló  el gobierno egipcio al francés allá por 1830. 

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La maravillosa Torre Eifel.
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La Escuela Militar y sus amplios jardines.
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Felicidad en la cara de mi hijo.
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La Torre Eifell desde el puente de Alexandre III.
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El Obelisco de Luxor.

 Desde el ​Obelisco de Luxor nos dirigimos a los jardines y parque de Les Tuileries, un precioso espacio de más de 1 Km de largo, que nos acercaría al Museo del Louvre.

  Me quedé con muchas ganas de entrar al Museo del Louvre, pero no era buena idea, las prisas, el niño empezando a cansarse, el abuelo esperando en el hotel... nos conformamos con ver la famosa pirámide de cristal y las preciosas estatuas que la flanquean y seguimos nuestro itinerario camino de la Catedral de Notre Dame. Ibamos muy bien de tiempo, así que seguimos andando en lugar de usar el metro, que era la primera idea que nos habíamos planteado.

 Seguimos por la Rue de Rívoli hast la Rue de Renard y  allí giramos a la derecha para cruzar el Pont Neuf que nos llevaría a la Ile de la Cité, una isla el río Sena, donde se ubica, rodeada de bellos jardines la Catedral de Notre Dame. 

Como por arte de magia, embelesados por la belleza de tan maravilloso edificio, la tarde se nos echó encima y el tiempo que parecía que llevábamos de sobra, se esfumó en los alrededores de la Catedral... 

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La pirámide de entrada al Louvre.
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  La belleza de las gárgolas, la elegancia de sus torres y rosetones, la delicadeza y armonía que envolvía todo el entorno, absorbió de tal manera nuestra atención que tuvimos que desistir de acercarnos a ver los Jardines de Luxemburgo, ya que debíamos volver al hotel.

  El último minuto fue para poner la atención sobre un señor que, de pié apostado en un lateral de la plaza, con el brazo extendido y la mano llena de migas de pan, silbaba melódicamente y los gorriones se le posaban como si fuera una estatua más. 

¡¡ Majestuosa !! La Catedral de Notre Dame es una maravilla.
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Diferentes vistas de Notre Dame.

  Teníamos que volver hacia atrás, la estación más cercana del RER-A (línea roja), era Chátelet les Halles, a más o menos un Km. Mi hijo, como suele pasar con los niños de esa edad, "desconectó las baterías" en ese mismo momento y entró en la fase de decir: ¡¡ Ya no ando más !!
  Así que el último tramo tuve que llevarle cargado en mis hombros. De todas formas mi pequeñín se portó como un Titán, ya que calculando posteriormente la distancia recorrida, resultó que habíamos andado nada más y nada menos que... 10 Kms !!
  Montamos en el tren y en un abrir y cerrar de ojos estábamos de nuevo en Eurodisney. Nos reunimos con el abuelo y fuimos a cenar algo. Teníamos que recoger todo ya que al día siguiente, por la mañana, volvíamos a casa.

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  Había sido un día intenso, duro pero precioso y aunque llegamos molidos al hotel, la sensación de habernos movido por el mismo París, caminar por esa hermosa ciudad y enseñarle a mi hijo una de las urbes más famosas del mundo, me hizo sentir bien.

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Eurodisney - París - Astigarraga

Nos levantamos con un ritmo bastante cansino, con el "bajón" que se suele afrontar el peor día de todos los viajes... el último día, el del regreso... fuimos a desayunar y recogimos todo. Debíamos salir hacia París sobre las 09:00 horas, ya que el tren de alta velocidad salía a las 12:00 desde Gare Montparnasse y con el ritmo del abuelo.

Esta vez era algo más complicado, ya que en la estación del RER-A en Chátelet les Halles, debíamos coger el metro (línea morada) hasta Gare Montparnasse. Más complicado simplemente por la hora que era y porque debíamos andar pendientes del niño y del abuelo. Al final, llegamos a la estación con algo más de media hora de margen, suficiente para buscar la vía de nuestro tren y andar sin agobios. El viaje de vuelta fue muy cómodo y en unas cinco horas estábamos en Hendaia. Cogimos nuestro coche y volvimos a casa.

  Retroceder al mundo de la fantasía, al mundo de los niños, fue maravilloso. Volver a recordar la infancia y disfrutarla con mi hijo fue una experiencia inolvidable. Espero que mi niño la recuerde siempre y cuando quiera repasar detalles aquí está este diario para revivirla.


  Por mi parte, sé que volveré a París... Volveré y recorreré sus calles, los barios más bohemios, fotografiaré su noche y su hora azul y espero no hacerlo solo...

Au revoir...
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© F. J. Preciado  2011

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