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"La vida, como la fotografía, consiste en positivar lo negativo"

Septiembre de 2018

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París

Regreso a la ciudad de la luz

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La preciosa y amplia plaza con la pirámide de entrada al Museo del Louvre.

  El verano tocaba a su fin y el nuevo curso escolar estaba a punto de empezar. Mi hijo se iba haciendo mayor. Este año, con el cambio que eso supone, pasaba a la enseñanza secundaria y quería cargarle un poco las pilas antes de meterse de lleno en la vorágine de las clases. Iosu había pasado unos días en Girona con mi hermana, pero yo no había hecho nada especial con él en todo el verano. Como el día 31 de agosto cumplía los doce años de edad, pensé que hacer un nuevo viaje los dos juntos era un buen regalo. Barajé la opción de Escocia (que nos queda pendiente para otra ocasión), pero cuatro días se me antojaban un poco escasos para subir desde Edimburgo hasta el lago Ness y, es por eso que, me decanté por París. Unos días de visitas a monumentos y museos, unos días de fotografías, risas y complicidad...

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Astigarraga - Biarritz - París

Como siempre, me levanté temprano, porque tenía que hacer algunas cosas. Debíamos coger el autobús de línea a Donostia a las 09:45 y,

después, en la estación de autobuses, el de Lurraldebus que comunica la capital donostiarra con el aeropuerto de Biarritz. Este último autobús tenía las 10:30 como horario de salida, pero arrancó con casi diez minutos de retraso. Luego recuperó en carretera el tiempo perdido y a las 11:15, en su hora oficial de llegada, estábamos en el parking del aeropuerto. El vuelo salía a las 13:35. Esta vez viajábamos con easyJet y, que yo recuerde, era la primera vez que volaba con ellos. A decir verdad, me sorprendió su puntualidad y a eso de las 13:20 estaba todo preparado para despegar. 

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Esperando para embarcar en Biarritz.
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  Pero una mujer, histérica, se empeñó en cambiar de asiento e hizo mover a dos personas y sus maletas, retrasando algo el despegue. Cuando estuvo todo solucionando despegamos hacia París y puedo decir que, con incidencias de última hora y todo incluido, el avión salió a la hora prevista.  ¡ Chapeau !
  Fue un vuelo de unos 55 minutos, sin ninguna incidencia, cómodo, tranquilo. Iosu, después de la tensión inicial, incluso se echó media horita de sueño. Yo aproveché para seguir leyendo el libro tercero de la saga Cienfuegos (Azabache), del maestro Alberto Vázquez Figueroa. La climatología era perfecta y el aterrizaje fue muy bueno. A las 14:30 horas estábamos en París.

El avión de easyJet que nos llevó a París.

  Como habíamos subido las maletas a la cabina, la salida fue bastante rápida. Nos dirigimos, siguiendo la señalización, a las zonas de acceso a los RER, los trenes que comunican el aeropuerto con el centro de París. Debíamos coger la línea “E”, así que bajamos hasta la estación y allí mismo compramos los billetes. En las máquinas expendedoras de tickets podías elegir distintos idiomas y, entre ellos, estaba el español como opción, así que no hubo mucho problema en hacernos con ellos. A la hora de pagar con la tarjeta de crédito, me hacía una pregunta que no entendía, me imagino que por una mala traducción y un chico que estaba en la máquina situada a nuestra izquierda nos ayudó gustosamente. Luego, con los billetes en el bolsillo, nos dirigimos al andén y montamos en el tren. Casualidades del destino, en ese vagón y, sin haberlo buscado de esa manera, viajaba el joven que nos había ayudado. Nos sentamos a su lado y entablamos conversación. Era de Orio y empezamos a hablar en euskera. Nos dijo que había dos tipos de tren, el directo que tardaba apenas 20 minutos y otro que iba parando en todas las estaciones y tardaba más de tres cuartos de hora. 

 El río Adour a su paso por Baiona, camino al norte de Francia.
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  Habíamos montado en uno de los directos, así que el viaje sería rápido. Nos contó que llevaba unos cuantos meses viviendo en París, pero había estado en Sudáfrica, Colombia y Marruecos, preparando una tesis sobre los juegos infantiles. Nos enseñó unas fotos de algunas aldeas y un safari en Sudáfrica y a mi se me pusieron “los dientes largos”. Iosu le comentó que yo tenía una página web con las fotos de mis viajes y anotó la dirección para echarle un vistazo. Así, charlando con él, nos presentamos en un abrir y cerrar de ojos en París. Al bajar del tren, le agradecí su ayuda y nos despedimos. Ahora tocaba encontrar el hotel...
 Cuando salimos a la calle estaba un poco desorientado y puse el GPS de Google para orientarme y buscar la calle donde estaba el Hotel Nord-Est. Apenas 10 minutos andando y llegamos allí. Exteriormente tenía muy buena presencia, pero después, por dentro, estaba bastante dejado. Hicimos el checkin y subimos a la habitación número 6 en la primera planta. Estaba limpio, con un par de camas muy cómodas y buena ventilación, pero una mano de pintura no le vendría mal. Me decanté por él por su estratégica localización junto a la parada del metro Gare de l´Est de la línea 7, la estación del RER, varios restaurantes, un Mc Donald´s y un supermercado, todo ello en dos calles a la redonda.

  Dejamos la maleta y montamos las cámaras. Salimos andando y, justo en la calle paralela a la del hotel, encontramos un pequeño restaurante de comida asiática. Iosu tenía hambre, eran las 17:15 y no habíamos comido, así que nos sentamos y una amable mujer nos atendió. 

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  Era china, pero sabía algo de español. Pedimos dos brochetas de pollo, una ración de arroz, 

La comida asiática resultó ser un manjar para Iosu.

unos tallarines con verduras y una ración de patatas guisadas; agua y un refresco para beber y... nos pusimos “tibios”. Me sacudió 24€, pero al crío le gustó la comida y, la china, muy agradable en el trato, nos dijo:
- “ Mañana tu vuelve, yo aquí ” 

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  Luego recorrimos el Boulevard de Magenta hasta la Plaza de la República. Allí, tras descansar un poco y hacer unas fotos, cogimos la línea 11 del metro hasta Belleville e hicimos transbordo a la línea 2 hasta la parada de Pigalle, que te deja en la calle que sube a la colina donde está ubicada la Catedral del Sacré Coeur. Al bajar del metro compramos unos imanes para las distintas colecciones, la nuestra y la de mi hermana Mertxe. Luego subimos calle arriba con la mirada puesta en el Taj-Mahal de París como lo bautizó mi hijo desde el momento en que vio el edificio en algunas fotos. Subimos la colina y llegamos a la catedral. Como os podéis imaginar el gentío era impresionante. Hicimos unas fotos y contemplamos la ciudad desde lo alto. 

  La basílica del Sacré Coeur (Sagrado Corazón), se encuentra situada en el alto de Montmartre, una colina de 130 metros de altura desde donde se contemplan unas vistas magníficas de París. Esta basílica, obra de Paul Abadie, comenzó a construirse en 1875 y se completó en 1914.

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Selfie de padre e hijo en el Sacré Coure.
El Sacré Coeur, de arquitectura neobizantina.
Monumento situado en el centro de la Plaza de la República.

  Fue consagrada como basílica a los cinco años de su construcción, el 16 de octubre de 1919. Sus dimensiones hablan por si solas: 83 metros de longitud, 35 metros de anchura y una torre de 83 metros de altura. A la entrada nos reciben dos estatuas ecuestres, la de Juana de Arco y la del rey Luis IX, que coronan un pórtico de tres arcos. La basílica tiene un color blanco muy característico que se debe a la piedra travertina con que está construida, que con el paso del tiempo y la acción de la climatología va blanqueándose.
Iosu, no quiso entrar al edificio. Según había leído, la entrada a la cripta es gratuita, pero para subir a la cúpula hay que pagar. Al estar lleno de gente el crío se agobió y yo tampoco insistí mucho. 

  Lo que ya me fastidió un poco más fue no ver el barrio de Montmartre, cuna de impresionistas y llamado "Barrio de los Pintores". Montmartre fue una población independiente hasta 1860, cuando pasó a convertirse en el distrito 18 de París. A finales del siglo XIX el barrio adquirió muy mala fama debido a los cabarets y burdeles que se instalaron en la zona, pero diferentes artistas que lo consideraban un barrio encantador se trasladaron allí para convertirlo en el maravilloso lugar que es en la actualidad y donde, según dicen, se vive un ambiente bohemio paseando por las calles que, en otra época, ocuparon con sus caballetes y lienzos pintores como Pablo Picasso, Amedeo Modigliani, Vincent Van Gogh, Henri Matisse, Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas, Toulouse-Lautrec y otros artistas que vivieron y trabajaron allí. Quedará para otra ocasión...

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Una de las gárgolas que rodean la basílica.
Las dos figuras ecuestres que custodian
la entrada al Sacré Coeur:

a la izquierda Luis IX, a la derecha Juana de Arco.

  Luego, ya con un sol decadente, aunque con algo de luz, volvimos al metro en Pigalle y cogimos nuevamente la línea 2 hasta la estación de Charles de Gaulle, donde hicimos transbordo a la línea 6 para llegar hasta Trocadero. 

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París desde la colina de Montmartre, con la horrible y anti estética torre de Montparnasse rompiendo la línea del horizonte.
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La Torre Eiffel en los Campos de Marte.

  La "moda" de colgar candados en las vallas de algunos recintos, también se puede ver en el cierre del Sacré Coeur. En la Torre Eiffel está completamente prohibido y en muchas ciudades los quitan de puentes y pasarelas por el enorme peso que van adquiriendo las estructuras...

  La parada del metro está a escasos cincuenta metros de la Plaza del Trocadero, desde donde se ven la Torre Eiffel y los jardines de los Campos de Marte en todo su esplendor. Al salir el metro era ya noche cerrada y la torre lucía iluminada.

La vista era... ¡ Espectacular ¡

Estuvimos un buen rato contemplando la preciosa estructura del maestro Gustave Eiffel, haciendo fotos y viendo el espectáculo de luz que se pone en marcha cada hora y a eso de las 22:15 volvimos al metro para regresar al hotel.
  Cogimos la línea 9 para ir hasta Chaussée d´Antin-La Fayette y allí hicimos transbordo a la línea 7 hasta Gare de l´Est. Estábamos llenos porque habíamos comido muy tarde, pero comimos unas galletas que compramos, junto con algo para desayunar, en una tienda que aún estaba abierta frente a la estación y nos fuimos a descansar.
   El crío estaba molido y yo también, pero aún saqué fuerzas para descargar las fotos.
La cama era muy cómoda y el edredón de plumas muy calentito. De repente, me di cuenta de que estaba hablando solo. Iosu se había quitado la ropa y se había quedado dormido sobre la cama. Lo arropé, acabé de descargar y recogí todo. Finalmente, apagué las luces y me entregué, sin oponer la más mínima resistencia, a los caprichos de los sueños.

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París

Había puesto el reloj para levantarme a las 07:00 horas pero, cuando sonó, lo apagué al ver que Iosu dormía plácidamente. Estaba cansado y decidí

dejarle un poco más de tiempo. Yo también estaba cansado, hacía tiempo que no sentía tanta pereza para levantarme. Por fin, a eso de las 07:30 me levanté y fui a ducharme. Me asomé a la ventana. Un cielo plomizo descargaba un finísimo xiri-miri que apenas mojaba las calles de la ciudad. Pasadas las 08:00 horas desperté al crío que estaba de un perezoso total, cansado y sin ganas de arrancar. Desayunamos unos plátanos, zumo de naranja y unos bizcochos con un batido que habíamos comprado la víspera.

  La primera visita prevista era el Museo d’Orsay. Teníamos la entrada comprada on-line en la página web https://www.tiqets.com que, por cierto, dan muy buen servicio y, aunque cobran algo de comisión, las entradas son bastante asequibles. 

  Los niños no pagan en los museos, así que sale bastante económico. A eso de las 09:00 de la mañana salimos del hotel con dirección Gare de l´Est. El xiri-miri había cesado y las calles estaban prácticamente secas...

Fachada lateral del Museo de Orsay.
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Bono de dos días para las zonas 1, 2 y 3 del metro de París.

 En la estación compramos un bono para dos días con viajes ilimitados en el metro. Luego cogimos la línea 4 hasta el Museo del Louvre. Desde allí, cruzando el río Sena, fuimos andando hasta el Museo d’Orsay. Con estos bonos ahorras mucho dinero, porque el transporte en las grandes ciudades es bastante caro. El billete normal para un viaje es de algo más de 2 € por persona así que, por poco que te muevas, lo amortizas enseguida, ya que el bono te da la oportunidad de realizar un número ilimitado de viajes.

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Plano del metro de París y sus enlaces con el RER.
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Iosu descansando en la plaza del Louvre.
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Entrada impresa para acceder al Museo de Orsay.

  El paseo fue agradable, cruzando el río por el Pont du Carrousel y recorriendo después los algo más de 500 metros hasta el museo. A eso de las 10:00 entrábamos sin esperar en la cola que, para esa hora, estaba ya bastante poblada.

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El Pont du Carrousel que comunica las dos orillas del Sena frente a la plaza del Louvre.
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El Pont Royal desde Pont du Carrousel. A la izquierda el Museo d´Orsay.
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Las típicas casetas de souvenirs que encontramos a lo largo del Sena.
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El Pont du Carrousel visto desde el Pont Royal.

  Sin ningún contratiempo pasamos un primer control de seguridad, el del escáner. Después, por exigencia en un segundo control, nos hicieron dejar las mochilas en consigna. No estaba permitido entrar con grandes bolsos en la espalda. Me imagino que para evitar que, con los tumultos de gente, se pueda tirar, sin querer, alguna escultura al suelo. Sacamos las cámaras y entramos. Pedimos un plano de situación y empezamos a recorrer el museo por la planta inferior. Entonces le dije a mi hijo:
- ¡¡ Vamos, Iosu !! Ahora a disfrutar...
  Al entrar te recibe una réplica de la Estatua de La Libertad que Francia regaló a Estados Unidos allá por 1886 para conmemorar el centenario de su independencia. Esta, es el modelo en bronce del que partió el escultor Fréderic Auguste Bartholdi para realizar la obra que luce en la isla de La Libertad al sur de Manhathan, en New York.

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  El pasillo central estaba repleto de maravillosas esculturas griegas y romanas. El crío alucinaba y el padre también... ¡!

  Posteriormente, los franceses residentes en Estados Unidos decidieron regalar a Francia otra estatua de la libertad como conmemoración de la Revolución Francesa. Se inauguró en 1889 después de que el pueblo derrocara a la monarquía absolutista.

  La estatua parisina tiene una placa en la mano izquierda con las fechas 4 de julio de 1776 (independencia de EE.UU.) y 14 de julio de 1789 (la toma de la Bastilla, inicio de la Revolución Francesa). Luce actualmente en la Isla de los Cisnes de París.

A la derecha algunas de las maravillosas obras de la planta baja.
A la izquierda, la "pequeña" Estatua de La Libertad.
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  Cientos de estatuas de mármol blanco, alabastro, bronce y materiales de todo tipo engalanaban un ancho pasillo mostrando, desde alegorías de todo lo imaginable hasta retratos de personas anónimas de una época pasada dónde el esplendor y la belleza del arte realista dejaron obras irrepetibles.

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Gicleé Druck (1814) : "Napoleón en la campaña de Francia".

En los pasillos laterales cuadros de Courbet, Moreau y Millet entre otros, llenaban unos espacios con distintas intensidades de luz que hacían que Iosu se desesperase con sus fotografías.
- Esto es una mierda, aita. ¡ Salen todas oscuras !
- Tenemos que subir un poco el ISO...  –le decía yo.

  Le expliqué por encima el concepto de lo que controla el ISO y enseguida lo pilló, pero se había empezado a mosquear.
Tras calmar un poco al crío, subimos a la segunda planta para ver a Gauguin y Van Gogh, pero no encontramos las obras del holandés. 

Thomas Couture (1847) : "Los romanos de la decadencia".
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Edouard Manet (1863) : "Olympia".

  Más tarde, subimos hasta la quinta planta para ver a Manet, Cézanne, Renoir, Degás y por supuesto el artista favorito de Iosu, Claude Monet. Después, desde la balconada vimos la perspectiva de la sala central del museo y posteriormente bajamos para buscar, de nuevo en la segunda planta, la sala dedicada en exclusiva a Vincent Van Gogh. 

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Claude Monet (1873) : "Amapolas".
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Claude Monet (1870) : "Tren atravesando el campo".
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Un contra-luz desde la sala de descanso, con el Sacré Coure al fondo.
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El pasillo central del muso desde la balconada de la quinta planta.
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Vincent Van Gogh (1889) : "Autorretrato".
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Vincent Van Gogh (1890) : "La siesta".

  Seguíamos las flechas que indicaban su ubicación, pero en un momento dado nos volvían a sacar al pasillo y no la encontrábamos. Iosu, que tiene que trabajar un poco la paciencia, se empezó a quejar, pero al final, con ayuda de una vigilante, la encontramos y pudimos disfrutar de sus magistrales obras. El famoso autorretrato estaba en una pequeña sala repleta de gente y tuvimos que esperar unos minutos para poder verlo en condiciones. 

  El crío ya no aguantaba más allí metido y tras ver las obras de Van Gogh, a eso de las 13:00 horas fuimos a recoger las mochilas y nos marchamos. Al salir hicimos algunas fotos de las estatuas que adornaban la plaza y después, bordeando el río Sena, llegamos hasta el Pont du Carrousel y cruzamos a la otra orilla para dar un paseo por los Jardines de las Tullerías.

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La rotonda que da acceso al Museo del Louvre.
Estatuas de mujeres de distintas razas en la zona de acceso al Museo d´Orsay.
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  Iosu salió un poco agobiado y quería descansar. De paso, volvimos a comer al lugar del día anterior y después de un rato al hotel.  
​  A eso de las 17:00 horas salimos de nuevo. El crío se había echado una buena siesta. Estaba cansado. Fuimos a la parada de metro de Gare de l´Est y cogimos el metro en la línea 4 que nos llevó sin transbordos a Cité para desde allí ir hasta Notre Dame. La tarde seguía bastante gris.
​  El cielo, cargado de enormes nubarrones, parecía que iba a descargar una gran tromba de agua en cualquier momento.

  Ya en la catedral, hicimos fotos desde el exterior. Iosu, un poco desganado, no quiso entrar debido a las largas colas que había y se empeño en hacer fotos de las palomas. 

El Arco del Triunfo del Carrusel, puerta de acceso por el este, a los Jardines de las Tullerías.
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La Basílica de Notre Dame en la Cité de París.
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Estatua de Carlomagno en un lateral de Notre Dame.
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 Karolus Magnus fue rey de los francos desde el 768 y unificó la casi totalidad de Europa. Fue nombrado Imperator Augustus por el papa León III en el año 800. Luchó contra los sarracenos pero tuvo que claudicar contra los vascones en la famosa batalla de Roncesvalles (15/08/768), donde murió su comandante Rolán y su ejército fue prácticamente aniquilado.

  En un lateral de la catedral, exactamente en la zona junto al Sena, las vallas que guardan los jardines están repletas también de los "famosos" candados. En ese mismo lado, la estatua del emperador Carlomagno se muestra altiva en su pedestal. El tono verdusco del bronce la hace, si cabe, más llamativa. 

  Construida entre 1163 y 1345 en la Île de la Cité, la Catedral de Notre Dame de París es una de las catedrales góticas más antiguas del mundo. Aquí se han celebrado importantes acontecimientos, entre los que cabría destacar la coronación de Napoleón Bonaparte, la beatificación de Juana de Arco y la coronación de Enrique VI de Inglaterra.
  Pese a la poca calidad constructiva del subsuelo, esta ubicación posee un largo historial dedicado al culto religioso. Los celtas habían celebrado aquí sus ceremonias donde, más tarde, los romanos erigirían un templo al dios Júpiter y posteriormente se construyó la primera iglesia cristiana de París, la basílica de Saint-Etienne. En sustitución de esta obra surgió una iglesia románica que permanecería hasta que en 1163 comienza la construcción de la catedral actual.
  Notre Dame tiene dos torres de 69 metros en su fachada. En su campanario vivió el mítico jorobado que tanto a dado a la industria del cine y la literatura. 

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  Pero a mí, lo que me llamó poderosamente la atención fueron sus gárgolas y las figuras que componían su pórtico. Los pórticos de las catedrales son una "caja de sorpresas". El ellos puedes encontrar... de todo. Aquí, en Notre Dame, me gustaron sus figuras de demonios y seres deformados. 

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La parte trasera de Notre Dame con su famosa aguja, la Fontaine de la Vierge y los Jardines de Juan XXIII.
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"Las Cuatro Gracias" en París.
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"Las Cuatro Gracias" en Donostia.

  Tras dar la vuelta a todo el edificio y ver los rosetones y las gárgolas, pusimos rumbo al centro pasando por la zona de los canales. Cruzamos el río Sena por el Pont Saint Louis y posteriormente el Pont Louis Philippe y nos dirigimos hacia el nordeste intentando llegar a la Plaza de los Bosges y la Bastilla. En una de las calles interiores nos encontramos con esta fuente. 

  Si no me equivoco, creo que se llama "Las Cuatro Gracias" y hace alegoría a las cuatro estaciones climatológicas del año. Me llamó la atención porque, en el Paseo de Francia de San Sebastián, hay una idéntica de forma pero de color blanco.
​  Nos dimos una buena pateada y el crío empezó a quejarse, así que opté por cambiar de rumbo y volver hacia el centro. Nos encontramos con un edificio espectacular que resultó ser el Ayuntamiento de París. 

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El río Sena tiene una zonas de islas que forman canales navegables.
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El Palacio Real y la Corte Suprema en la Cité de París, antiguamente fue una prisión.
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El Ayuntamiento de París en un momento que clareó la tarde.
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Detalles de algunos elementos que engalanan el, ya de por sí, majestuoso edificio del consistorio parisino.

  Este edificio ha albergado el ayuntamiento de París desde 1357. En su dilatada historia ha vivido distintos percances como incendios, saqueos, insurrecciones y motines en las diferentes épocas convulsas del país. Actualmente, sito frente a una enorme plaza peatonal, goza de un periodo de esplendor y tranquilidad...

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La Fontaine du Châtelette.
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El Grand Palais de París con su gigantesca cúpula de cristal.

  Posteriormente pasamos frente a la Fontaine du Châtelette. Allí, el crío se negó a andar más, pero le convencí para llegar hasta la parada de metro de Pont Neuf y hacer bajo tierra la distancia hasta el Museo del Louvre, con la intención de recorrer los Jardines de las Tullerías haciendo fotos. Era una sola parada, pero teníamos el bono para eso... 

  Y así, como quien no quiere la cosa, llegamos nuevamente al Louvre. El crío me pidió que le enseñase más cosas de fotografía, así que, nos metimos a los jardines y empezamos a "trabajar".

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El Arco del Triunfo de la Plaza del Carrusel, construido por orden de Napoleón en 1809.
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  Me impresionaron las ganas con las que el crío se tomó "la clase", así que aproveché para intentar enseñarle algunos conceptos sobre el enfoque, el encuadre y la profundidad de campo. Sabido es que, los niñ@s, en estas edades son como esponjas y mi hijo fue asimilando bastantes de las cosas que le decía. Seguramente para el día siguiente se le habrán olvidado casi todos los conceptos, pero la parte práctica seguro que la recuerda.
 Se "cebó" con las estatuas de mujeres que adornan los Jardines de las Tullerías. Unas estatuas de bronce que, con el paso del tiempo y al estar a la intemperie, lucen ese característico color verde que las hace tan singulares. El crío disfrutaba y yo disfrutaba viéndole a él.

  * Al final del diario os pondré las fotos de Iosu.

Iosu en plena "faena" . . . Estuvo muy a gusto fotografiando las estatuas.
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Una de las alas del Louve desde los Jardines de las Tullerías.

  Ubicados en un enclave inmejorable, entre el Museo del Louvre y la Plaza de la Concordia, los Jardines de las Tullerías fueron los primeros jardines declarados como espacio público de la ciudad de París.
  En 1564 comenzaron las obras de construcción del Palacio de las Tullerías, el cual, bajo las caprichosas órdenes de Catalina de Médicis, iría acompañado por unos preciosos y extensos jardines de estilo florentino. El palacio y sus jardines deben su nombre a las fábricas de "tuilles" o tejas, que antes se encontraban situadas en ese lugar. Los jardines se convirtieron en el lugar de celebración de lujosas fiestas en las que los invitados disfrutaban entre los verdes parajes, fuentes y esculturas. En aquella época los jardines se encontraban rodeados por altos muros que protegían la privacidad de la alta sociedad.

  Tras el traslado de la Corte a Versalles, el palacio y los jardines quedaron en el abandono y no volvieron a recuperar su esplendor hasta que volvió la Corte y fueron transformados al estilo inglés. Posteriormente Napoleón ordenó la construcción del Arco de Triunfo en la Plaza del Carrusel, uniendo los jardines con el Louvre. En 1870 el Palacio de las Tullerías fue destruido a manos de la Comuna de París, pero los jardines lograron salvarse y sobrevivir hasta nuestros días como jardines públicos.

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Una de las estatuas de bronce que puedes encontrar entre los setos de los jardines.

  Así qué, "metidos en harina", yo también me puse manos a la obra y empecé a fotografiar las estatuas y las escenas que encontraba por los jardines. Después de trabajar la parte inicial de los jardines, la más próxima al Museo del Louvre, nos adentramos en la segunda zona. Allí, una colección de estatuas blancas nos esperaban impasibles, acostumbradas a la gente que, día a día, se planta frente a ellas, las miran, les confiesan sus anhelos, sus alegrías y sus tristezas. Después, nosotros nos marchamos y ellas quedan allí, flanqueando los jardines, inmortales...

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Acceso al segundo sector del los Jardines de las Tullerías, en penúltimo plano el obelisco egipcio y al fondo el Arco del Triunfo.
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Julio Cesar, Espartacus, la diosa Ceres, el minotauro, Pericles . . . Alegorías y realidades. Un paraíso para el fotógrafo.

  Me paré un instante y cerré los ojos. La imagen grabada en la retina de los maravillosos jardines cargados de coloridas flores, frondosos árboles y expresivas estatuas, me transportó hasta aquella época en que las damas de la Corte, con sus lujosos vestidos, paseaban entre "chascarrillos" bajo sus sombrillas. Afortunadamente, estos jardines, han dejado de ser el lugar al que sólo acudía la "clase alta", para convertirse en un agradable paseo accesible a todos.

  Ese espacio de tiempo en los Jardines de las Tullerías recorriendo la avenida central repleta de árboles y esculturas y flanqueados por los típicos edificios parisinos de tejados grisáceos, nos hizo pasar un buen rato de fotografía y risas. 

 La tarde languidecía dejando entrar sin oposición a una noche que se anunciaba fresca. Las nubes, que durante toda la jornada nos habían acompañado, no habían dejado que la temperatura subiese mucho y ahora se empezaba a notar. Sobre las 20:00 volvimos hacia el Louvre y cogimos el metro. De camino al hotel paramos a cenar en un establecimiento que encontramos abierto. Iosu pidió unas nuggets de pollo y yo una porción de una pizza que estaba muy rica. Luego, compramos algo para desayunar en el supermercado que había junto al hotel y subimos a descansar. 

La Torre Eiffel entre dos luces. Más tarde se iluminaría como todas las noches.
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  El crío llegó muy cansado y, tras ponerse el pijama y lavarse los dientes, calló derrotado en la cama. Yo aproveché para descargar las fotos y organizar la ruta y las actividades del día siguiente y después seguí sus pasos dejándome seducir, sin oponer ninguna resistencia,  por el arrullo de los melosos cantos de Morfeo.

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París

Nos levantamos sobre la 08:00 de la mañana. Espabilé al crío para que no se nos hiciera muy tarde. Tras una ducha rápida, desayunamos en la habitación y preparamos todo para partir raudos.

  Empezaba el último día que pasaríamos entero en la ciudad y había que aprovecharlo a tope.  Lo primero era visitar el Museo del Louvre. Teníamos entrada a las 10:00 horas. Había comprado la entrada on-line desde la página http://www.tiqets.com, la misma con la que compré el acceso al Museo D´Orsay y a la Torre Eiffel. Siempre me han dado buen servicio y nunca me han fallado. Así que, como de costumbre, cogimos el metro en Gare de l´Est y nos bajamos en la parada del Louvre.

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  Llegamos al museo sobre las 09:30, media hora antes que la que marcaba en el ticket de acceso que llevaba impreso. Nos acercamos a la entrada en la pirámide central. Había ya mucha gente. Enseñamos el papel y pasamos sin hacer cola. Los menores de 16 años pasan sin pagar, así que, tras los registros de rigor, nos vimos caminando en las entrañas del museo...
¡¡Aquello era enorme !!

 Ambos alucinábamos con semejante construcción. Era como una pequeña ciudad bajo tierra. Nos acercamos al stand de información, cogimos un plano de situación y...
¡¡ A disfrutar !!

Iosu en la pirámide de cristal y la reserva para entrar al museo.

  El museo está organizado en pasillos a los que llaman "alas". Desde el hall central se accede a esas alas y desde ellas se accede a las plantas superiores que, a su vez, están divididas en salas. 
 Nosotros empezamos visitando en el Ala Sully, la Sala Partenón en la planta baja. Allí queríamos ver la estatua de "La Venus de Milo".
  Según pasaban los minutos, el museo se iba llenando de gente, gente de todos los países, pero entre tantas personas destacaban los gigantescos grupos de turistas chinos que, como grandes rebaños de locas ovejas, se movían a toda velocidad por los pasillos y, como los "Unos de Atila", arrasaban todo lo que encontraban a su paso. Bueno... igual exagero un poco, pero realmente eran agobiantes.
  El crío, al igual que pasó en la National Galery de Londres, se encargaba de buscar en el plano la ubicación de cada sala. Enseguida dimos con la estatua que buscábamos.

  La Venus de Milo, es una de las más famosas esculturas de la antigua Grecia. Fue creada en algún momento entre los años 130 y 100 a. C., y se cree que representa a Afrodita, diosa del amor y la belleza. Mide, aproximadamente, 210 cm de alto. En la mitología romana a la diosa del amor se le llama Venus.

La Venus de Milo.
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Horus (el elevado) , dios del cielo. 
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 "La Gran Esfinge de Tanís", representando al dios Amón.

  Mientras caminábamos por el Ala Sully nos fuimos encontrando con muchas esculturas... griegas, romanas, egipcias. Era un verdadero paraíso del arte. A cada maravillosa obra le sucedía, si cabe, una aún más bella. Mármol, bronce, madera... todo material vale para esculpir o tallar una pieza que quede para la posteridad. Dioses, faunos, alegorías y motivos de todo tipo... 
¡¡ Y podíamos fotografiarlas !!

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Clásicos griegos y romanos se repartían el protagonismo en las salas del Louvre.

  Cientos de estatuas poblaban los pasillos del museo, de algunas recuerdo su título, de la mayoría no. Pero lo que me llamó poderosamente la atención fue encontrar estas dos estatuas que las podemos ver en las calles de San Sebastián y de las que, en su día, hice una exposición llamada "Black & White". Muchas de estas figuras llegaron a "La Bella Easo" allá por la primera década del siglo XX y, todavía hoy, ocupan un lugar en calles y plazas de Donostia. Al igual que había pasado con la fuente de "Las Cuatro Gracias", encontrarme en el Louvre con estas dos de abajo me hizo mucha ilusión.

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En los extremos las fotos del Louvre y, en el centro, las que lucen elegantes en las calles de Donostia.
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Las Bodas de Caná, una obra de grandes dimensiones de Paolo Veronese.

  En la parte opuesta de la sala donde estaba el cuadro de "Las Bodas de Caná" un gentío alborotado ocupaba la mitad del habitáculo. Pero... ¿ Qué cuadro estará ahí colgado ?

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Una gran espectación para ver a "La Gioconda".

 ¡¡ Efectivamente !! ... "La Gioconda"
Seguramente es la obra más codiciada de ver en el Louvre. Era casi imposible sacar una foto en condiciones, puesto que no se podía usar flash ni tan siquiera podías acercarte por la cantidad de gente que teníamos por delante. Le dije a Iosu:

- Vamos, hijo... Déjalo, es imposible entrar ahí.
- Espera, aita...

Leonardo Da Vinci: "Monalisa" o "La Gioconda" (1503-1519).
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  ... Y de pronto lo veo, con el móvil en la mano, metiéndose entre las piernas de la gente y desapareciendo en la multitud. Al cabo de unos segundos apareció en primera fila saludando con la mano y con una sonrisa de oreja a oreja... hizo su foto -con bastante ruido por la distancia y la luz-  y volvió a desaparecer. Por lo menos se trajo su premio.

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Obras de arte con infinidad de temas y materiales, bronce, mármol, alabastro, madera . . .

  El reloj caminaba inexorable hacia el mediodía y el gentío a esas horas era ya muy molesto, ruidoso y agobiante. Iosu estaba bastante alterado y cansado así que, como habíamos visto las obras que tenía marcadas, decidimos abandonar el museo.  

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Eugéne Delacroix: "La Libertad guiando al pueblo" (1830).
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Antoine Jean Gros: "Napoleón visitando a los leprosos de Jaffa" (1804).

  Antes de salir al exterior, recorrimos alguno de los patios internos que aparecen abarrotados de maravillosas esculturas. La perfección en las obras es impresionante marcando, cual si fueran cuerpos humanos revestidos de una fina capa de mármol, los más ínfimos detalles como los pliegues de la piel, los cabellos y unos ojos completamente expresivos. En una palabra... ¡¡ Maravilloso !!

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Los patios interiores del Museo del Louvre exhiben magníficas esculturas.
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La estatua de Luis XIV en la plaza del Louvre.

  Pero el crío ya se estaba agobiado y hacía fuerza para marcharnos de allí. A eso de la 12:30 salimos a la calle por la pirámide de cristal. Entonces se percató de la imagen de Luis XIV y aprovechamos para hacerle una fotos.
 La mañana había sido muy emocionante dentro del museo. Es verdad que yo preferiría callejear por el barrio de Montmartré u otra zona más llamativa para fotografiar pero, creo que es interesante, además de gratificante, compartir con el niño la contemplación de tan fantásticas obras de arte y potenciar en él esos valores. No sé si lo hago bien pero, por lo menos, lo intento.

 El día estaba bastante gratificante  en lo referente a la meteorología y nos adentramos en los Jardines de las Tullerías con la intención de relajarnos un poco del agobio de la gente dentro del museo.
  Después de un rato caminando por el parque, Iosu se sentó en un banco, con la mala suerte de que no se percató que lo hacía sobre un excremento de paloma...
 Hicimos un montón de risas con ese asunto y después el crío se empezó a agobiar y quiso ir a cambiarse. Cogimos el metro en el Louvre y, después de pasar por el hotel, acabamos de nuevo comiendo en el restaurante asiático de todos los días. Era la última jornada y tras la comida nos despedimos de la china.

  Al salir el crío me pidió que fuésemos de nuevo al hotel. Estábamos bastante cansados, eso de los museos la verdad es que agota... Descansamos un rato y a eso de las 16:00 volvimos a salir en dirección a los Jardines de las Tullerías. La intención era completar las fotos de las mujeres de bronce que Iosu había empezado la víspera.

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Iosu en los Jardines de las Tullerías.
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Nos tomamos la tarde con tranquilidad. Fue como una nueva clase de fotografía. La verdad es que disfruté mucho con el crío y me agrada el interés que pone en lo que hace. Me preguntó que si las fotos salían bien podría montar una exposición en la pastelería de Rosa. Yo le dije que sí, pero que se lo tenía que tomar muy en serio.
 Y... así fue. Miró las fotos del día anterior, comprobando la que no estaba muy bien hecha para repetirla. Recorrió todos los jardines comprobando que no se dejaba ninguna estatua sin fotografiar y después, a eso de las 18:30 horas, cuando la luz empezó a decaer, continuamos la marcha hacia la Torre Eifel. Teníamos la hora de la visita a las 19:30.
 La tarde estaba estupenda. Incluso nos tomamos un helado cerca de la salida de la Plaza de la Concordia. 

  A pesar del tráfico y de la gente que había por la ciudad, me dí cuenta de que había unos cortos espacios de tiempo, provocados por el ritmo de los semáforos, en los que la plaza se quedaba prácticamente desierta. Ese era el momento adecuado para hacer las fotos. De esta manera, conseguimos sacar la "plaza del lápiz", como la bautizó Iosu, sin apenas presencia ni de coches, ni de gente.

El obelisco egipcio de la Plaza de la Concordia.
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La Fuente de los Mares, con la Torre Eiffel de fondo.
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La Fuente de los Mares, con el obelisco expoliado a Egipto.
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El Arco del Triunfo al final de los Campos Elíseos.
La Plaza de la Concordia . . . Con los semáforos abiertos.

  Nos detuvimos unos minutos en la Plaza de la Concordia. La Fuente de los Mares y el obelisco egipcio daban bastante juego para hacer fotos. Pero la tarde avanzaba rauda y continuamos nuestro camino hacia la Torre Eiffel cruzando el río Sena por el Pont de la Concorde, para encontrarnos, de frente, con el Palais Bourbon. Seguimos río abajo por la Quai d´Orsay dejando a nuestra izquierda el edificio donde se ubica el Museo Militar.

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La Torre Eiffel desde el Puente de la Concordia.
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Los jardines de Les Invalides con el Museo Militar y el Palacio de los Inválidos al fondo.

  Situado tras el Museo Militar, el Palacio Nacional de los Inválidos es un complejo arquitectónico creado originariamente como residencia real para soldados y militares franceses retirados. Esta construcción responde a la voluntad del rey Luis XIV de Francia, que ordenó su construcción el 24 de febrero de 1670, con la intención de que las instalaciones ofrecieran cobijo para los veteranos de guerra inválidos ​que quedaban sin hogar. El edificio fue completamente operativo y empezó a albergar antiguos soldados a partir de noviembre de 1674. La construcción de la iglesia, en cambio, tuvo que aplazarse y fue completada en agosto de 1706, tras treinta años de obras. El 14 de julio de 1789 fue asaltado por los revolucionarios franceses. En 1840, los restos de Napoleón Bonaparte fueron trasladados de la Isla de Santa Helena a París, por iniciativa del rey Luis Felipe I de Francia, y depositados en Les Invalides. Desde 1940, el mausoleo imperial contiene también los restos de su hijo Napoleón II, en lo que fue una cesión de Adolf Hitler al gobierno colaboracionista de Vichy. También se conservan allí los restos del hermano de Napoleón José I de España.

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El Puente de Alejandro III con el Gran Palacio de París al fondo y detalles de las columnas que adornan la cabecera del mismo.

  Continuamos el camino dejando el Gran Palacio de París al otro lado del Sena, comunicado por el elegante Puente Alejandro III. Teníamos que llegar al número 38 de la Avenida Bourdonnais, donde se ubica la tienda History Group, para recoger allí los pases de acceso a la Torre Eiffel. En realidad, esta tienda es la sede del operador local que gestiona las reservas para acceder a la torre.

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La hoja de reserva y el pase de acceso a la segunda planta de la Torre Eiffel.
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  Nos costó un poco encontrar la calle en cuestión y, al final,  tuve que echar mano del GPS del teléfono. Al final llegamos con unos diez minutos de adelanto que, tras hacer acto de presencia en la tienda, aprovechamos para tomar un refresco y hacer un pis en un bar sito frente al punto de encuentro. Después, a las 19:20, al grupo formado por unas doce personas, nos asignaron un guía llamado Marc. El chico, natural de Barcelona, llevaba seis años viviendo en París y ejercía ese trabajo como complemento para sacarse unos euros extra que le permitiesen seguir con sus estudios, según nos contó camino de la torre.

 Cuando reservé por Internet las entradas a la Torre Eiffel no pensaba que estaba incluido un pequeño tour y, la verdad sea dicha, fue una grata sorpresa.  

La Torre Eiffel desde distintos ángulos.

  El hecho de acceder de manera prioritaria a la torre, sin guardar colas ni en los controles, ni en el ascensor de acceso, ya es de por sí un privilegio, pero si a eso le añadimos la alegre, fresca e interesante presentación que Marc nos proporcionó, catalogaría de fantástica la experiencia con esta empresa.
Antes de iniciar la visita, Marc, nos advirtió de los objetos que no estaban permitidos subir a la torre para, en caso de tener alguno de ellos, poder dejarlos en la tienda y recogerlos al regreso. Luego nos llevó hasta el acceso, nos pasó los controles, nos "coló" en el ascensor saltándose a un grupo de turistas que esperaban su turno y nos subió hasta el piso segundo. 

  Mientras tanto, nos fue contando quien era Gustave Eiffel, como llegó a construir su torre y como se las ingenió para mantenerla en el tiempo. 

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Carteles anunciadores de la Exposición Universal de 1889.
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Boceto original de Gustave Eiffel.
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Boceto definitivo.

  Como tod@s sabéis, la Torre Eiffel se construyó con motivo de la Exposición Universal que se celebró en París en el año 1889. ​Se adjudicó mediante concurso público al original boceto presentado por Gustave Eiffel y su equipo. En aquellos tiempos, una inmensa torre de 312 m de altura era algo impensable y se convirtió, en aquel momento, en la construcción más alta del mundo.

  El boceto original de Gustave Eiffel distaba bastante del diseño final. Eiffel era ante todo ingeniero, construía puentes y su finalidad era que fuesen resistentes y fiables. Con su torre hizo lo mismo, creando una estructura sólida pero "fea". Antes de presentarla a concurso, su equipo de arquitectos la revisó y le añadieron los detalles de los arcos en las patas, las dos balconadas rompiendo el reparto proporcional de origen y la "cabeza" en su cúspide. Gustave Eiffel aceptó realizar los cambios propuestos pero, bajo ningún concepto, jamás aceptó que a la torre se le añadiesen los nombres de los arquitectos que la habían re-diseñado.

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Distintas fases de la construcción de la Dame de Fer ( la dama de hierro ), como la denominan en Francia.
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Operarios trabajando en la torre.

  La torre se construyó en los llamados Campos de Marte. Las obras se iniciaron el 28 de enero de 1887 y terminaron el 31 de marzo de 1889, tras 26 meses.

 

Ahora os anoto algunos datos interesantes:
​> La coqueta Dame de Fer costó 35 millones de £.

> En su construcción trabajaron 250 hombres.

> Pesa 10.000 toneladas y la componen 18.038 piezas metálicas ensambladas por 2,5 millones de  remaches.

> Desde su construcción, la torre se ha pintado diecinueve veces, es decir, una vez cada siete años. El color de la Dame de Fer se degrada de forma intencionada de más oscuro a más claro para acentuar el punto de fuga. Desde 1968 luce el "marrón Torre Eiffel" parecido al bronce, un color especialmente diseñado para ella y de uso exclusivo. Pero la torre ha cambiado varias veces de color, pasando del ocre-amarillento en 1899, al marrón-rojizo en los años 50. Para pintarla se emplean 60 toneladas de pintura puesto que su estructura ocupa una superficie de 250.000 m2. 

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Gustave Eiffel (1832-1923).

  En cuanto a Gustave Eiffel, podemos decir que en 1858 estaba dirigiendo la construcción de puentes -su primera gran obra fue el puente de Burdeos-. Posteriormente, en 1866 empezó a trabajar por su cuenta y en 1868 formó una compañía, Eiffel & Cie.

  Pero la Torre Eiffel, de origen, no se concibió como una obra perpetua. Al principio se le asignó una vida de 20 años y después debería ser destruida. Gustave Eiffel estaba desesperado y no quería que su gran creación, su obra maestra, acabase en la chatarra pero... ¿ Cómo podría evitarlo ?
Después de darle muchas vueltas tuvo una brillante idea: Ya que era una construcción tan alta, su cúspide podía ser aprovechada para instalar enormes y potentes antenas de radio. Puesto que, frente a la torre, en la parte más oriental de los Campos de Marte, está situada la Escuela Militar, se aprovechó para que estos, los militares, utilizaran las antenas para su uso, ganándose así unos poderosos aliados. Dio en el clavo porque convenció a los mandatarios con su idea, le hicieron caso y así salvó a la torre del derribo. Los parisinos, escépticos al principio con semejante construcción, al cabo de unos años comprendieron que este monumento se había constituido en el referente e icono de la ciudad...

  Esa compañía, antes de disolverse finalmente, instaló dos puentes importantes; el Ponte Dona Maria, en Oporto (Portugal), con un arco de acero de 525 pies, y el puente más alto de Francia, el Viaducto de Garabit.

¿ Quien podría concebir hoy en día París sin la imagen de la Torre Eiffel ?

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Los Campos de Marte desde el segundo piso de la torre.
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La tarde languidecía dejando paso a las luces de la noche, pronto se iluminaría la ciudad.

  Volviendo al diario del viaje, os diré que el día avanzaba hacia su anunciado final, este si tenía las horas contadas y ni tan siquiera los militares le podían salvar de ello. Ya en la segunda terraza de la torre, Marc, atento y comunicativo, nos fue presentando los edificios más singulares de la ciudad. Es obvio decir que, desde allí arriba, la vista de 360º era inmejorable. El Sacre Coeur hacia el norte, la anti-estética torre de Monparnasse hacia el sur, Notre Dame al este... ¡¡ Todo París a nuestros pies !! 

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Todo París a nuestros pies . . .

  Después de aquello, con el trabajo cumplido, Marc, nos dejó allí arriba donde podíamos permanecer hasta el cierre. El crío y yo recorrimos toda la terraza, sacando fotos a la estructura. Más tarde, bajamos al primer piso para ver las tiendas y la cafetería. 

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Detalles del armazón de la torre desde la planta primera.

  Las luces de la ciudad ya dominaban el paisaje nocturno y arriba, en la terraza, el viento arreciaba con fuerza. Era fresco pero totalmente soportable. Con la luz de la hora azul hicimos las últimas fotografías...

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La hora azul desde la Torre Eiffel. Oh, la-la . . .  Ces´t magnifique !!  

  Ya de noche cerrada, sobre las 21:50, nos fuimos en dirección a la Plaza del Trocadero para coger la línea 9 del metro. 

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Distintas vistas de la Torre Eiffel camino del Trocadero.

  Desde abajo vimos el espectáculo que supone la iluminación de la torre que, cada noche, a las horas en punto desde las 22:00 horas, se ilumina durante 5 minutos con unas 20.000 bombillas. Era un bonito momento para hacer algunas fotos y, tanto el crío como yo mismo, disfrutamos de ese instante. Yo, me hubiese quedado a gusto hasta el amanecer o, por lo menos, un buen rato más, pero debíamos ir al hotel y recoger todo. El viaje se terminaba...
Nos llevábamos un precioso recuerdo que nada tenía que ver con aquella primera "visita relámpago" que hicimos allá por el 2011 para visitar Euro Disney. Entonces el crío tenía tan solo cuatro años y medio y, como podréis imaginar, las emociones eran completamente diferentes. 

Camino de la Plaza del Trocadero, una especie de resorte nos hacía volver la vista atrás a cada diez pasos. El poder de atracción de la Dame de Fer es tan fuerte que no podíamos dejar de mirarla...

  Tras mirar hacia atrás una última vez, con algo de nostalgia, nos adentramos en el hervidero que, todavía a esas horas, constituía la Plaza del Trocadero. Bajamos a la parada del metro y fuimos hasta Chaussée d´Antin La Fayette. Desde allí fuimos hasta la parada Gare de l´Est. Al subir de nuevo a la superficie, compramos un sándwich y una hamburguesa para cenar en el hotel, así como unas galletas, algo de fruta y batidos para desayunar.

 Eran más de las 23:30 cuando acabamos de cenar. Iosu se lavó los dientes y se metió en la cama. Estaba molido. Posteriormente, yo, me puse a descargar las fotos mientras me aseaba, para así ganar algo de tiempo. Al final, tras dejar todo el equipo de fotografía recogido y las maletas medio hechas, me acosté cerca de la 01:00 de la madrugada. También estaba cansado, había sido un día intenso... muy intenso.

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París - Biarritz - Astigarraga

Aunque llevaba un rato despierto, me levanté a las 08:15 de la mañana. El vuelo de vuelta despegaba a las 15:30 del Charles Degaulle. Me duché y llamé a Iosu. Desayunamos e hicimos las maletas y a eso de las 10:15 hicimos el check-out

y salimos a la calle. Pasamos por el restaurante chino para comprar unos bocatas de pollo para comer en el aeropuerto, pero estaba cerrado. Finalmente compramos unos sandwiches, algo para beber y unas galletas de chocolate en el supermercado que habíamos comprado otras veces. 

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Después fuimos al metro de Gare de l´Est y montamos en la línea 5 que, en apenas 10 minutos, nos llevó hasta la Gare du Nord. La mañana avanzaba rauda, parece mentira lo rápido que se va el tiempo cuando se trata de volar...
En la Gare du Nord teníamos que coger el RER para ir hasta el aeropuerto. Andábamos muy bien de tiempo pero no quería que me "pillase el toro". La estación estaba repleta de gente. El movimiento era frenético. Menos mal que es muy intuitivo y fácil sacar los billetes del tren dado que, al poder elegir el idioma, no te provoca ningún contratiempo. 

El avión que nos trajo de vuelta desde París.

  Dos billetes hasta el aeropuerto CDG(T2) me costaron 20,95 €. El tren que llegaba era el ERIC 71 que resultó ser directo como el que nos trajo hasta aquí el día de la llegada a París. Llegó a eso de las 11:10 y tardamos unos 30 minutos. Después, el acceso desde la estación a la terminal número 2 es muy sencillo, todo está muy bien indicado. Nos sobraba tiempo pero, como no estaba seguro de si el tren era directo o no, no podíamos arriesgar en exceso.

  Antes de las 13:00 horas nos comimos el sándwich y bebimos el agua y unos batidos que habíamos cogido en el hall del aeropuerto y que, como es natural, no nos los iban a dejar pasar en los controles. Así que, a eso de las 13:15, con el estómago lleno,  pasamos el exhaustivo control de seguridad. Además de la pasta de dientes y el portátil, nos hicieron sacar todo de sus fundas, las cámaras, los objetivos, todos los cables... Uuuufffff !!!!  Todo sea por la seguridad...
 Ya, en la zona de embarque, pasamos el tiempo jugando con el móvil y editando alguna fotografía. Cuando nos dimos cuenta eran más de las 14:30 y la sala de espera de la puerta D58 se empezó a llenar de gente... Se acercaba la hora de partir.
  El vuelo salió puntual y llego, sin contratiempos, a la hora prevista. A las 14:55 aterrizábamos en el aeropuerto de Biarritz. Allí nos esperaba Rosa con su coche, así que, en apenas media hora estábamos en Astigarraga...

  Una experiencia más, tanto para mi hijo como para mi. Se que todo esto lo recordará algún día y que le servirá para ser una persona más culta y tolerante. Nos queda mucho por recorrer juntos, pero... Paso a paso...
  Oh, la-la !! Crisol de culturas, ciudad perenne, inmortal, cuna de la libertad, igualdad y legalidad ( aunque fuese en otros tiempos ), vanguardia del arte, la moda y la gastronomía... PARÍS !!

Au revoir Paris ! ... Nous reverrons

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El viaje a París... desde la mirada de Iosu

* "Clicka" en el enlace par ver las fotos que mi hijo hizo en París.

© F. J. Preciado  2018

P.D.

  Un par de meses después, preparamos una exposición en el local de mi compañera Rosa, en la que enseñamos las fotos que hizo mi hijo en los Jardines de las Tullerías a las estatuas de las mujeres de bronce. Fue su primera exposición... Espero que no sea la última.

  Con ello le quise enseñar que siempre hay que respetar a las mujeres. 

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