"La vida, como la fotografía, consiste en positivar lo negativo"
Abril de 2014
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India
Maa Ganga: tránsito entre la vida y la muerte
Varanasi desde una barca en el río Ganges .
Justo había pasado medio año pero, Fotoeskola, decidió organizar este segundo viaje en Semana Santa, ya que la fecha de septiembre trastocaba el inicio de los cursos de fotografía.
Una experiencia diferente, un viaje más espiritual, una visión distinta del país. Tuvimos, también, la oportunidad de conocer de primera mano, la labor de una humilde O.N.G. llamada Semilla Para el Cambio, que trabaja en Varanasi ( Benarés ) con niñ@s de los "guetos" donde viven las personas que recogen la basura de las calles y que se llaman slums. Una labor encomiable. Desde entonces, apadrino la educación de Pushpam, una preciosa niña de Varanasi y colaboro en lo posible con mis fotografías.
Casi sin tiempo de asimilar las vivencias del primer viaje a India, estábamos inmersos en los preparativos del segundo. Esta vez elegimos adentrarnos en la zona noreste. El plan era visitar Orchha (Madhya Pradesh), Varanasi/Benarés (Uttar Pradesh) y Rishikesh (Uttarakhand). Una nueva experiencia llena de valores y un viaje más espiritual. Todo el trayecto transcurría a las orillas del Ganga (Ganges), con una parada en Orchha, bañada por el río Bétwa, afluente del Yamuna, afluente a su vez del Ganges que, para los hindúes, es Maa Ganga "La Madre Ganga" ó Ganga Devi "La Diosa Ganga".
Vuelta a pedir visados, cada vez más exigentes, con trabas burocráticas que acaban por aburrirte... en fin... papeleo. Vivimos los preparativos con algo de tensión, ya que se nos juntó el tema visados, con una huelga en el transporte que nos llevaría a Barajas, porque esta vez el vuelo era Madrid-Riad-Delhi. Teníamos un plan "B" preparado, pero al final se desconvocó la huelga y se arregló todo. Rosa, en esta ocasión, no viajaba con nosotros y, la verdad sea dicha, me sentía un poco "cojo".
El cartel anunciador del viaje.
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Astigarraga - Madrid - Riad
Con el comienzo del viernes 11 de abril partíamos hacia Madrid en el autobús de las 00:30 horas que, regularmente, recorre ese trayecto. El viaje nocturno lo aproveché para dormir un poco porque, después de estar todo el día
trabajando, estaba cansado y lo necesitaba. A las 07:00 horas estábamos en Madrid. El avión, salía a las 10:50 desde el aeropuerto de Barajas y nos llevaría en un primer vuelo hasta la ciudad de Riad, en Arabia Saudí.
Despegamos y transcurrió el vuelo sin contratiempos. Sobre volamos el desierto y vimos el Nilo desde el aire. Fue una sensación maravillosa. Cuando noto estas sensaciones, me gustaría coger la mochila, mi equipo de fotografía y... ¡¡ a ver mundo !! Pero, hay una "personita" de siete años que todavía me retiene en mi casa.
No recuerdo exactamente a que hora llegamos, creo que sobre las 19:00, se que la luz del sol iba decayendo y enseguida se hizo de noche. En la capital de Arabia Saudí hacíamos escala durante nada más y nada menos que... ¡¡ 14 horas !!
Si nos hubiese pillado de día podríamos haber salido a ver la ciudad pero, de esta manera, así, de noche, era imposible. Sinceramente, no fue tan duro como parecía...
Montamos el "campo base" en un hall del aeropuerto, aprovechando unas alfombras y los sillones de relax. Además, con la tarjeta de embarque, nos dieron la cena del avión. Después, compramos unos zumos de fruta y montamos turnos para dormir. El trato con los árabes fue muy bueno.
El aeropuerto de Riad antes de despegar para Nueva Delhi.
Dos árabes en el hall del aeropuerto.
Riad - Nueva Delhi - Orchha
Con el trajín del aeropuerto la noche pasó bastante rápido. Me levanté al amanecer y di una vuelta para buscar un sitio donde desayunar y
después, cuando levantamos el campamento, fuimos todos a tomar un café con unos bollos. El vuelo para Nueva Delhi salía a eso de las 09:00 horas. Tras el desayuno, buscamos la puerta de embarque y fuimos para allí. Fue un vuelo tranquilo y sin ningún contratiempo. Tardamos unas cuatro horas y media, así que, cuando salimos del aeropuerto con maletas y todo eran cerca de las 15:00 horas del domingo.
El avión, nada más despegar, sobre volando Riad.
Allí, en el aeropuerto, nos esperaba Aritz. Como siempre, un placer volver a verle. Después de reponer líquidos y comer unos plátanos, nos dirigimos al aparcamiento donde nos esperaba el autobús. Al igual que el año anterior, llevaba su conductor y un ayudante. Al chofer le pusimos el nombre de "Elpher", un hombre distante y un poco arrogante. El viaje hasta Orchha era algo más largo que el que hicimos desde Nueva Delhi a Púshkar en septiembre pasado. En esta ocasión eran 480 kms que, por autopista, debían ser unas 8 o 9 horas, por lo tanto, ya sabíamos a que atenernos...
Arrancamos con la intención de llegar a dormir a Orchha; empezaba la aventura...
* Este era el plan de viaje:
Viernes 11 de abril : Traslado en autobús a Madrid. Vuelo Madrid-Riad y escala larga.
Vuelo Riad-Nueva Delhi.
Sábado 12 de abril : Traslado en bus a Orchha.
Domingo 13 de abril : Orchha.
Lunes 14 de abril : Orchha.
Martes 15 de abril : Orchha.
Miércoles 16 de abril : Traslado nocturno en tren a Benarés.
Jueves 17 de abril : Benarés.
Viernes 18 de abril : Benarés.
Sábado 19 de abril : Benarés.
Domingo 20 de abril : Benarés.
Lunes 21 de abril : Traslado nocturno en tren a Rishikesh.
Martes 22 de abril : Rishikesh.
Miércoles 23 de abril : Rishikesh.
Jueves 24 de abril : Rishikesh.
Viernes 25 de abril : Traslado en tren a Nueva Delhi.
Sábado 26 de abril : Vuelos de regreso Nueva Delhi-Riad y Riad-Madrid.
Traslado en bus a Donostia
El recorrido del viaje sobre el mapa.
Además de parar en Nueva Delhi para entrar y salir del aeropuerto, tocaríamos tres ciudades y tres estados de India: Orchha, en Madhya Pradesh; Varanasi (Benarés), en Uttar Pradesh y Rishikesh en Uttarakhand. Un recorrido circular de 2.100 Kms.
Por el camino hice algunas fotos de esas "raritas" que me gusta hacer... No les he pasado ningún filtro, tan sólo es jugar con la velocidad de disparo y el movimiento.
El tugurio donde nos paró "Elpher".
Tras los primeros 200 Kms, hasta Agra -que era casi la mitad del camino- iba todo de maravilla. Pero allí, en Agra, empezó la locura. Eran algo más de las 20:00 horas y paramos a cenar algo. Nuestro amigo "Elpher", se salió de su ruta habitual, se empeño en parar allí y... por supuesto que allí paramos. ¡¡ Maldita la hora !!
Le costó unas dos horas salir de Agra; vuelta para aquí, vuelta para allí, vuelta para el otro lado... ¡¡ Horrible !!
Se suponía que desde Agra faltaban unas 3 o 4 horas, pero eran las 11 de la noche y no sabíamos donde estábamos. Entonces, al amigo "Elpher", se le ocurrió que tenía que dormir y nos paró en un tugurio de carretera. Allí nos dejó, tomando un chai, mientras él echaba una cabezada...
Como decía San Agustín... ¡¡ Ver para creer !!
Riad - Nueva Delhi - Orchha
faltaban 16 Kms para llegar al destino. Pero, como este viaje parecía estar maldito, en Jhansi nos tuvimos que parar más de media hora porque el paso a nivel estaba cerrado.¡¡ Qué tortura !! Tras innumerables pérdidas, despistes, paranoias por no querer coger la autopista y demás, llegamos a Orchha el día 13 de abril a las 9 de la mañana... Esta vez batimos todos los records... ¡¡ 17 horas de autobús !! ¡¡ Para inscribirlo en el Libro Guinness !!
En Jhansi nos tuvimos que parar en el paso a nivel del tren.
Finalmente, al alba, proseguiamos el viaje. El grupo tenía un mosqueo impresionante. Dos horas más tarde estábamos en Jhansi. Tan sólo
La tarjeta de las casas de estancia de Orchha.
Pasamos en primer lugar por la oficina de las home-saty para anunciar nuestra llegada. Un joven, llamado Ashok, nos atendió muy atento. Aritz ya había organizado todo y, por supuesto, ya se conocían de antes. Después, nos dirigimos a las casas en un barrio humilde en la zona alta de la ciudad. Allí, junto a las casas de los Orchha-Friends, que es como se conoce esta iniciativa, nos despedimos de "Elpher" y su anodino copiloto. No sabemos si habrán llegado de vuelta a Nueva Delhi, tal vez sigan perdidos por las carreteras de Madhya Pradesh ... :-) Ji, ji, ji ...
Ahora, era el momento de saludar a nuestros anfitriones.
Nos recibieron con un chai y unas pastas que nos sirvieron en el patio de la casa, allí, al aire libre. La verdad es que este tipo de alojamiento es una maravilla para las personas que quieren disfrutar de la forma de vida de los nativos y comprobar, de primera mano, como es su día a día.
Luego, repartimos las habitaciones y nos acomodamos. A mi me tocó compartir habitación con Iñigo Gebara, un chaval de Irún que viajaba por primera vez con nosotros.
El patio de entrada a los home-stays.
La habitación que compartí en Orchha con Iñigo Gebara.
En estos alojamientos estás en pleno contacto con la vida de los nativos, compartiendo sus quehaceres y su vida cotidiana.
Allí, en sus casas, convives con ellos, juegas con los críos, les ayudas en sus trabajos o en la preparación de la comida... Son muy hospitalarios y muy amables. Te alojas en las habitaciones que ellos mismos construyen. Pero, el resto del día, puedes hacer una vida conjunta. Es una experiencia muy bonita y aconsejable. Gracias a todos de corazón.
A su vez, ellos reciben un dinero que les ayuda a ir mejorando sus instalaciones, hacer nuevas habitaciones y en definitiva, intentar volver a dar a su ciudad el esplendor que en otra época tuvo. ¡¡ ÁNIMO !!
Bueno, tras reponer fuerzas e instalarnos en nuestras habitaciones, tocaba estirar las piernas que, por cierto, hacía mucha falta. Como siempre, una rápida incursión por la ciudad para situarnos y en un abrir y cerrar de ojos, todo controlado: el río por aquí, la carretera por allá, este templo, la plaza... El "GPS" del cerebro había registrado todo.
Cambiamos algo de dinero; nos dieron 82 rupias por cada €, muy parecido al cambio del año anterior.
En primer lugar nos dirigimos al templo Lakshmi Narayan. El templo está dedicado a Lakshmi, que es la diosa hindú de la riqueza. Construido por Bir Singh Deo en 1622, es uno de los tres templos más importantes de Orchha.
Este templo muestra una combinación de arquitectura de templo-fortificado. Su estructura es rectangular con cuatro bastiones salientes de múltiples caras en las cuatro esquinas. Se construyó con mortero de cal y ladrillos, con ranuras para cañones utilizados durante las guerras.
El Lakshmī Narayan Mandir.
Fue una verdadera pena porque estaba cerrado a cal y canto. Parecía como si estuviesen restaurándolo. El caso es que volví otro día y seguía cerrado con una cadena y un candado. Según he visto en Internet, en su interior se alojan las más exquisitas pinturas murales de Orchha.
Algunas de las pinturas del templo. (Fotos bajadas de Internet). Un verdadera pena no haberlas visto.
Orchha es una ciudad palaciega y fortificada de la República India, en el estado de Madhya Pradesh. Se encuentra a 16 kilómetros de Jhansi, en una planicie hoy semiárida a orillas del río Betwā afluente del Yamunā. La ciudad fue fundada en el año 1501 por el príncipe de la dinastía Bundelā, Rudra Pratap Singh, quien se convirtió en el primer rajá (rey) del "principado escondido" que es lo que significa Orchha, escondido.
Ese mismo año, el rajá, inició la construcción del palacio-fortaleza. Gran parte de los suntuoso palacios, albercas y jardines de la entonces próspera ciudad, fueron realizados con un objetivo principalmente diplomático, ya que, los rajás hinduistas de Orccha solían invitar a los poderosos emperadores mogoles musulmanes a estos ambientes en los que abundaban los placeres sensuales. De este modo el pequeño, aunque rico, estado de Orchha, mantenía la amistad con sus poderosos rivales. A fin de contentar los gustos de los mogoles se produjo en Orchha una muy lograda síntesis de estilos artísticos: la del islámico-mogol con la del arte tradicional hindú, resaltándose el tema de la lujuria.
El conjunto palaciego fue muy inteligentemente climatizado, manteniendo una temperatura ambiente muy agradable y casi constante, gracias a la sabia disposición de grandes albercas sobre las cuales soplaban las refrescantes brisas y vientos hacia el núcleo edificado. Por este motivo las construcciones de Orccha guardan, evidentemente, semejanzas con las de la Alhambra en la tan distante Granada.
Durante el dominio del emperador mogol, Jahangir, su aliado, Bir Singh Deo reinó en Orchha (1605-1627) y fue durante este período cuando la ciudad alcanzó su apogeo; muchos de los palacios existentes son un recordatorio de su esplendor arquitectónico, incluyendo el Jahangir Mahal (1605) y el Sawan Bhadon Mahal. A inicios del siglo XVII, el rajá Jujhar Singh se rebeló contra el emperador mogol Shah Jahan -el que mandó construir el Taj Mahal-, quién devastó y ocupó el principado de Orchha entre los años 1635 y 1641.
Durante la ocupación británica de la India, destacó el gobierno de Hamir Singh (1848-1874). Este pasó a tener la categoría de maharajá (gran rey) en 1865. En 1874 le sucedió en el trono Maharaja Pratap Singh (1854-1930), Pratap Singh se dedicó enteramente al desarrollo de su estado, se le atribuye a él mismo el diseñó de la mayoría de la ingeniería y las obras de riego que fueron ejecutadas durante su reinado.
En 1950, en tiempos de Bir Singh, sucesor de Pratap Singh, el principado de Orchha se fusionó con la Unión de la India. El distrito se convirtió en parte del estado de Vindhya Pradesh que luego, en 1956, se integró en el estado de Madhya Pradesh. Orchha actualmente es casi una insignificante localidad con una pequeña población, y su importancia se mantiene sólo por su rico patrimonio histórico-arquitectónico y el consiguiente turismo.
Panorámica de Orchha desde la colina.
Tras el chasco de la visita a Lakshmi Narayan Mandir, bajamos al casco urbano. Fuimos encontrando imágenes cotidianas de la vida en la ciudad. Almacenes de grano con unas rústicas romanas para pesar los sacos, vacas repartidas por todos los rincones, animales bañándose en cualquier poza de agua estancada... Todo bajo un sol de justicia que nos derretía el cerebro.
De camino al centro del pueblo fuimos encontrando de todo.
Llegamos al mercado y compramos algo de fruta fresca para llevarnos a las habitaciones. Después, tras esta primera vuelta de reconocimiento, volvimos a nuestro alojamiento, habíamos quedado en que las comidas las hacíamos allí y las cenas serían por libre.
Después de comer descansamos un poco y, para rematar el día, quedamos para bajar al río a darnos un baño. Así que, tras acabar de colocar las cosas en la habitación, nos volvimos a reunir en el corral que hacía de espacio común.
Puestos de fruta y verduras en la zona de la plaza.
Cuando el calor empezó a aflojar salimos hacia la zona de los chhatris del río Betwá. Desde la parte trasera de los home-stays, arrancaba un sendero que, tras transcurrir por lo alto de una pequeña loma, donde un imponente árbol nos saludaba, bajaba hasta el río entre áridos campos. Allí, vacas y algún rebaño de cabras, pastaban a sus anchas, completamente ajenas a nuestra presencia.
Abajo, en la poza que un remanso del río había formado, un pequeño grupo de búfalos retozaba en el agua.
El sendero nos llevó hasta un pequeño asentamiento desde donde teníamos unas maravillosas vistas de los cenotafios. Instalamos nuestro "campo base" y nos dispusimos a pasar un rato agradable y relajado que, después del agotador viaje, nos merecíamos con creces.
Tras unas primeras fotos de la zona me dispuse, al igual que el resto del grupo, a zambullirme en las aguas del río Betwá, afluente del río Yamuná, uno de los ríos que baña importantes ciudades del hinduismo.
Estas aguas, al igual que las del Ganges, son aguas sagradas y sirven para limpiar el karma. Aquí también se cumplen los rituales de la purificación.
A pesar de estar un puntito fría, por la fuerte corriente que la movía, después de unos minutos se agradecía y relajó nuestra musculatura bastante atrofiada tras muchas horas de vuelo y autobús.
Uno de los niños de las familias de los home-stays.
* Chhatri = Cenotafio: Tumba vacía o monumento funerario erigido en honor a una persona o un grupo de personas, para los que se desea guardar un recuerdo especial. Se trata de una edificación simbólica.
El Chaturbhuj Temple y los chattris junto al río Betwá.
Tras el chapuzón en el río, las ganas de hacer fotografías se vieron renovadas.
El grupo en el rato de relax pero... No estábamos solos.
Una pareja flirteaba en la otra orilla del río. Yo, cámara en mano, me dirigí hacia la zona de los chhatris o cenotafios. Allí, en un pequeño remanso, había vasijas y restos de cenizas de alguna cremación. No tenía constancia de que en esta población se hiciesen cremaciones y eso me sorprendió un poco. Los edificios, aunque destartalados y olvidados, guardaban aún una señorial elegancia, recuerdo de épocas pasadas en las que la ciudad era un centro importante de la cultura y la vida palaciega de aquella India de entonces...
Vasijas con las cenizas de los muertos junto al río Betwá.
El Fuerte de Orchha desde la lejanía.
Los Cenotafios Reales.
Tras el baño y el primer contacto con la ciudad nos dirigimos, por la margen izquierda del río, hacia el centro de la urbe. De camino pasamos por los Royal Chhatris o Cenotafios Reales, un espectacular palacio rodeado de verdes jardines. Hay catorce hermosos chhatris o memoriales dedicados a los gobernantes de Orchha en los siglos XVII y XVIII, agrupados a lo largo del Kanchana Ghat del río Betwá. En medio de este grupo de estructuras cúbicas con techos como agujas, solo el cenotafio de Bir Singh tiene características islámicas explícitas.
El atardecer, junto a los Cenotafios Reales, nos dejó unas maravillosas vistas.
Como dije antes, Orchha fue fundada en 1501 por Rudra Pratap Singh, príncipe de la dinastía Bundelá. Este, ofreció gotas de su sangre a la diosa Kali y se llamó Bundelá, (el que ha ofrecido gotas). En el siglo XVII el rajá Jujhar Singh se rebeló contra el emperador mogol Shah Jahan quien devastó y ocupó el principado de Orchha. En 1738 los reyes Bundelá la abandonaron para establecerse en Tikamgarh.
Los chhatris o cenotafios fueron construidos para honrar a los ancestros muertos de los rajas Bundelá. Sus descendientes llevaron este nombre hasta que la línea se desvaneció.
A orillas del río nos encontramos con estos tres personajes.
Allí, frente a los chhatris, nos encontramos con un simpático baba que se dejo fotografiar. Junto a una de las puertas, una mujer preparaba chai sobre un pequeño altar de piedra. Nos paramos y tomamos uno mientras jugábamos un poco con su hijo. Aritz, entabló conversación en hindi con el baba y, tras despedirnos, seguimos nuestro camino. Fue un rato muy agradable.
Luego, en al ciudad, compré una tarjeta de teléfono para poder llamar a casa a bajo coste. El grupo se volvió a reunir en la plaza del mercado y, tras tomarnos un lassi (batido) en un garito de la plaza, fuimos a cenar a un restaurante nepalí que Aritz conocía.
Entrada a la plaza del mercado por una de las puertas de Orchha.
Allí escuchamos lo que sería la "banda sonora" del viaje... Os dejo el enlace por si os apetece escucharla. Después de una agradable cena, en la que comimos cosas muy ricas, nos echamos unas desternillantes carcajadas con el bailoteo que se montó al oír esta pegadiza canción. Luego, poco a poco, fuimos caminando hacia nuestro alojamiento.
Oir la canción
La gente trabajaba hasta bien entrada la noche.
De camino, vimos que la gente trabajaba hasta muy tarde. De hecho, algunos establecimientos, sin ser sitios para comer, estaban abiertos; barberías, tiendas de comestibles, accesorios... Un poco de todo. Yo estaba cansado y, además, quería madrugar para bajar al río a ver amanecer e intentar fotografiar la "hora azul". Por hoy había sido suficiente.
Me acordaba de ti...
Orchha
Sonó el reloj en un abrir y cerrar de ojos. A las 04:00 horas estaba, "como un clavo", preparado para bajar al río a ver la hora azul y el amanecer. Me levanté con cuidado para no despertar a mi compañero y salí, aún de noche y campo a
través, para realizar el paseo hasta el río. Fue una delicia. La tarde anterior le había echado un ojo a las localizaciones más propicias para hacer unas fotos, así que, cuando llegué, preparé el equipo y me senté a disfrutar. La sensación de paz y armonía era maravillosa. Simplemente pararse y escuchar. Escuchar el sonido del silencio, ese sonido que cuenta tantas cosas, tanto interiores como de tu alrededor...
Un precioso amanecer, acompañado de los rezos musulmanes, me recibió junto a los chhatris.
Desde los home-stays se divisaban, en la lejanía, los palacios de Orchha.
Las primeras luces del alba venían acompañadas de los rezos de una de las mezquitas de la ciudad. El amanecer, debido a la posición geográfica, es un suspiro. La transición entre la noche y el día es muy sutil y los "tempos" a los que estamos acostumbrados, allí no son tan marcados.
Es decir, la transición entre:
noche >> hora azul >> hora dorada >> día
-a la inversa al final de la jornada-
día >> hora dorada >> hora azul >> noche
pues, esa transición, es prácticamente inapreciable, por lo que el ejercicio de fotografiar la "hora azul" es una empresa de paciencia y constancia. Si no es hoy... tal vez mañana.
De todas formas, el espectáculo bien valió ese madrugón y los madrugones que hiciese falta. Así que, feliz por ver despuntar un nuevo día y con "las pilas cargadas", recogí mi equipo y subí a desayunar con los demás.
Nuestros anfitriones momentos antes de preparar el desayuno.
Nos reunimos a desayunar en la casa de unos de nuestros anfitriones. Allí, sentados en el suelo, tomamos un chai y comimos unos chapatis y unas pastas que ellos mismos hacían. Primero un rato de tertulia y de bromas, un rato para empatizar con ellos y sus hijos, jugando con los más pequeños. Después, tras recoger todo, había que ponerse en marcha y, sin perder ni un segundo, salir a la calle a "patear".
Cada una de las familias que nos recibieron nos fueron contando sus historias a base de miradas y sonrisas.
Fuimos saliendo escalonadamente, cada uno de nosotros llevaba un ritmo y nos íbamos juntando según la mayor o menor parsimonia de cada cual. En cada vivienda, en cada puerta, en cada esquina, había alguna persona a la que saludábamos y que nos correspondía con una sonrisa y un cordial namasté.
Las mujeres con sus coloridos saris, los niños con su pícara y a la vez sincera mirada, cada cual, a su manera, nos contaba una historia. El momento más gracioso lo protagonizó la mujer de abajo a la derecha. Nos llamó la atención sentada allí, con su cabra. No tenía ningún recipiente para ordeñar y Aritz, intrigado como los demás, le preguntó en hindi a ver que hacía...
La respuesta fue de lo menos esperado; ¡¡ estaba dándole un masaje a la cabra !! ¿ Os lo podéis creer ?
Nos dijo que la cabra tenía un calambre y le estaba dando masajes para recuperarla... ¡¡ Oh my Good !! Ver para creer.
Así, entre risas, fuimos bajando hasta el centro de la ciudad. La mañana pasaba rauda y veloz...
Una pequeña en el rellano de su puerta.
En cada puerta había gente simpática con ganas de saludarnos y de posar para nosotros.
El masaje de la cabra... ¡¡ Sin desperdicio !!
La gente posaba sonriente ante nuestros objetivos.
El colorido de la ciudad era espectacular.
Acabamos junto a la plaza del mercado. Allí, frente a la oficina de Correos, nos sentamos en un establecimiento que servía bebidas de todo tipo, desde refrescos y cervezas, hasta zumos y batidos naturales. Yo, recordando el viaje anterior por Rajasthán, pedí un lassi de cardamomo. Sinceramente no tenía nada que ver, creo que el de Jodhpur era insuperable, pero estaba bueno... Charlamos un rato y seguimos con el paseo por la ciudad.
Una jovencita estudiando en el patio de su casa.
Estas tres jovencitas, que lavaban la ropa en una fuente, al principio eran reacias a posar pero, finalmente y entre risas, accedieron a hacerlo.
Luego, seguimos callejeando y buscando rincones para fotografiar. Así, llegamos al mercado. Había mucha actividad. Puestos de frutas y verduras, ropa y alimentos de toda clase. Compramos algo de fruta. Nos encontramos con varios niños y niñas. Algunos alegres y sonrientes; otros serios, tristes... Sobre un tablado había un pequeño semi-desnudo. Como estaba en nuestra trayectoria, nos acercamos. Estaba solo, sucio y parecía hambriento. Nadie le prestaba atención. Le dimos un racimo de uvas y, enseguida, empezó a comer. Finalmente, tras regalarnos una leve sonrisa, lo dejamos allí sentado y seguimos nuestro camino.
Algunos de los niños y niñas que nos encontramos en el mercado.
Los talleres de costura están por todas partes a pie de calle.
Atravesamos algunas calles donde los artesanos convivían con tiendas de móviles y alguna casa de cambio. Los costureros, a pie de calle y por unas rupias, te arreglaban desde el bajo de un pantalón hasta unas sábanas o un bolso... ¡ Unos artistas !
En esa zona, los locales de los comerciantes eran espacios cerrados y se veía que estaban más "acomodados" que la zona del mercado, donde los puestos eran toldos y tablados al aire libre.
Algunos de los comerciantes de Orchha.
Este día, como habíamos planeado una salida de por día para ir a ver los templos de Khajuraho, no teníamos que subir a comer a los home-stays, por lo que nos perdimos por lo largo y ancho de la ciudad. Picamos algo de comida callejera en unos puestos de la plaza y nos perdimos por los barrios situados a la orilla del río. Nos encontramos con una boda...
Un poco más adelante me encontré en una zona donde estaban haciendo unas ceremonias de purificación. Consistía en rapar la cabeza de bebés de apenas un par de meses a los que afeitaban con una navaja de las de barbero de toda la vida... ¡¡ Que miedo !! Un mal movimiento del bebé y... Marcado para siempre.
Luego, me acerqué hasta una loma desde donde se podía hacer una buena panorámica. Esa noche era luna llena y teníamos mucha luz.
Entre dos luces, bajamos hacia el centro de la población para ir a cenar. Nos dirigimos a la plaza del mercado, centro neurálgico de la ciudad...
La ceremonia de afeitado de cabeza para purificar a los bebés.
Panorámica desde Orachha Top Hill al sur de la ciudad.
En un puesto que regentaba un tipo, con una enorme barba blanca, nos comimos unas samosas picantes que él mismo preparaba con esmero. La samosa es una empanadilla frita u horneada con relleno salado. Puede tomar diferentes formas, como triángulos, conos o de media luna, según la región. El estilo indio, a menudo, se acompaña de una salsa picante y es, probablemente, el más conocido de una amplia familia de recetas que van desde África a China. El caso es que estaban "de muerte" y tan solo por unas pocas rupias que, al cambio, no llegaba ni a 1 €. Después, en un puesto cercano, compramos unos pastelitos que parecían el turrón de Xixona que comemos en Navidad.
Puestos de comida callejera en la zona de la plaza del mercado. Una selección de platos dulces y salados.
A la izquierda, el hombre preparando las samosas.
Nuestros pasos se encaminaron hacia el alojamiento. Yo quería madrugar de nuevo y ya era noche cerrada. La luna brillaba pletórica en el cielo. Una luna limpia y hermosa, llena de luz. Paramos junto al templo Lakshmi Narayan. Allí monté el teleobjetivo en la cámara y la coloqué sobre el trípode. Aquí, a la derecha, podéis ver el resultado.
Posteriormente me centré en el templo. La luna quedaba de espaldas al mismo, una pena, porque con la luna sobre él hubiese sido una preciosa foto. De todas formas, la luz que la luna reflejaba en las paredes iluminaba el edificio con un halo misterioso y bello.
Arriba la hermosura de luna que nos regaló el cielo. Sobre este texto el templo con la mágica luz reflejada.
Los niños jugando al Carrom.
Desde allí tan solo quedaba un pequeño paseo hasta los home-stays. Cuando llegamos, un par de críos jugaban una partida al Carrom. Se juega en un tablero cuadrado de madera con agujeros en sus cuatro esquinas. Además se utilizan una ficha roja o "reina", 9 fichas blancas y 9 negras similares a las de las damas. Cada jugador utiliza un striker o percutor que es una ficha más grande que las anteriores. La superficie de juego es un cuadrado de unos 74 centímetros de lado y las fichas tienen unos 3 centímetros de diámetro. Me paré un rato con ellos. Jugaban con soltura. Les dije que si podía jugar y me dejaron una tirada...
Lo que parecía sencillo tenía su truco. Ellos jugaban con habilidad y se rieron un poco de mi torpeza.
Fue un bonito momento. Les dejé allí jugando y me fui a descansar. Mientras salí a darme una ducha al baño situado junto a la habitación, dejé descargando las fotos. Luego, a la vuelta, preparé el equipo para el día siguiente y hablé por teléfono con las dos personas que me esperaban. Era hora de dormir un poco.
Orchha
Volví a levantarme muy temprano. Quizás un poco antes que el día anterior. Camino del río, sentía en mi interior la paz que me daba la soledad y el silencio. Disfruté de ese apacible paseo. Me situé en otro punto desde donde, sutilmente,
se observaba la silueta de los cenotafios y templos recortada sobre el fondo oscuro. Monté el equipo y esperé pacientemente. Hubo un instante, tan solo unos pocos segundos, en los que la luz se tornó azul. Una sensación de felicidad me invadió por dentro... ¡¡ Lo había conseguido !! Había captado, en mi cámara, la "hora azul".
La hora azul en los chhatris de Orchha.
Amaneciendo junto a uno de los cenotafios en un remanso del río Betwá.
Ese efímero momento me supo gloria, a triunfo, a felicidad... Parecerá una tontería pero me sentía pleno e ilusionado. Me cambié de sitio y busqué un encuadre más concreto para fotografiar los chhatris. La luz se tornó más anaranjada y brillante. Era todavía muy temprano. Amanecía con una luz blanquecina que iluminaba el horizonte antes de que asomase el sol. Desde mi nueva localización hice la fotografía que aparece bajo estas líneas. Me hubiese gustado que vivieses ese instante... Después recogí el equipo y me encaminé, por la otra orilla del río, hacia los chhatris en busca de distintos escenarios.
Una de las fotografías que más me gustan de este viaje; los chhatris justo al amanecer... La luz y la paz componían un momento mágico.
Fotografías de mi paseo por los alrededores de los cenotafios.
Desde el interior de uno de los chhatris me encontré con estos preciosos contraluces.
Me encontré con nuestro "amigo" el baba. Venía de asearse en el río y coger agua para la mujer que preparaba los chais en la parte trasera de los templos. El buen hombre se dejó fotografiar a pecho descubierto. A decir verdad, para lo mayor que parecía, se le veía sano y fuerte.
El sol empezaba a asomar en el horizonte. Entré en unos de los chhatris abandonados y busqué algún encuadre a contraluz. Desde allí pude captar perfectamente la "hora dorada". Hice algunas tomas que podéis ver sobre estas líneas.
La mañana había sido muy productiva. El madrugón, nuevamente, había valido la pena.
Cuando me disponía a volver me encontré con Aritz. Nos tomamos un primer chai donde la mujer del templo y volvimos a charlar con ella y el baba.
Nos adentramos en el centro y tomamos otro chai. Después, poco a poco volvimos hacia los home-stays. La mañana avanzaba a toda máquina...
Hoy, estábamos invitados a comer en casa de una de las familias de acogida. Eso había sido lo convenido y debíamos cumplir, por cortesía y, sobre todo, por respeto a estas personas.
Fuimos a asearnos un poco antes de reunirnos con los compañeros. Después, nos fuimos juntando todos en la zona común y nos dirigimos a la casa de la familia que nos invitaba.
La humilde pero acogedora casa donde comimos.
La casa, como podéis ver en la fotografía de arriba, era muy humilde. Una construcción de planta baja pero hecha de ladrillo y cemento y techada con teja plana. El interior estaba distribuido en varios habitáculos; un hogar con fuego en el suelo, un área común y unas habitaciones interiores.
Nuestros anfitriones y una niña de una casa vecina.
Hoy tocaba un guiso hecho con unos pollos que habían comprado vivos y, allí mismo, después de desplumarlos, los despellejaron sacando la piel en un único jirón. Impresionante. Antes, habíamos charlado un poco con ellos. El "jefe" estaba haciendo unas cuentas y apuntando todo en una libreta. La "jefa" nos enseñaba la casa y preparaba los ingredientes necesarios para el guiso. No nos dejó que le ayudásemos ya que éramos los invitados. Eso sí, nos dejaron hacerles fotos mientras preparaban la comida.
El hogar de la casa mientras preparaban la comida.
Vimos como utilizaban los excrementos de las vacas, secados al sol, para hacer fuego. Una vez preparada la comida, nos reunimos en un círculo alrededor del puchero y compartimos el guiso y unos chapattis. Estaba rico, muy rico.
Tras un rato de charla en la sobremesa, nos fuimos a descansar un poco a nuestras habitaciones, hacía calor. Después, una ducha y de nuevo a la calle.
Los excrementos secados para el fuego.
Antes de volver a bajar hacia el centro de la ciudad, me di una vuelta por entre las casas de los vecinos. Me encontré con una mujer que tenía dos hijos. Uno de ellos de unos tres años y el otro era un bebé de apenas dos meses. La mujer me dejó que la fotografiase con sus hijos. Después, cuando bajé al pueblo se la pasé a papel y, al día siguiente, se la regalé. Le gustó mucho el detalle, no tenía ninguna fotografía con sus hijos... Esa fue una de las muchas anécdotas del viaje.
Me "perdí" un poco por la ciudad, me apetecía "vagar" a solas y "caminar a mi bola"... Pasé por una calle donde unos niños jugaban con unas cajas de cartón. Fue una gozada volver a ver como unas simples cajas hacen felices a los niños, sin necesidad de tantas máquinas de video-juegos.
Me vino a la mente cuando, de niño, jugaba con los recortes de madera que subíamos del taller de carpintería que había bajo nuestra casa y que mis padres utilizaban para alimentar el fuego de la cocina económica.
Los niños son niños en todas las partes del mundo. Disfruté mucho cuando me dejaron jugar un momento con ellos y me ofrecieron la mejor de sus sonrisas para que les hiciera unas fotografías.
¡¡ Gracias, pequeñ@s !!
Esta mujer me dejó retratarla con sus hijos.
Los críos me hicieron pasar un rato muy bueno, sus sonrisas fueron una agradable recompensa.
Posteriormente, recorrí de nuevo la zona del mercado y paré a tomarme un lassi en el local situado frente a la oficina de Correos. Allí me encontré con algunos compañeros y, tras tomar una consumición, continuamos juntos nuestro periplo por la ciudad.
El mercado seguía activo por la tarde.
El señor que regentaba el local donde tomamos los batidos o lassis.
Una familia hindú de visita en Orchha.
Las horas pasaron como un suspiro. La tarde avanzaba hacia una nueva puesta de sol. El grupo se deshizo. Algunos compañeros nos encaminamos hacia la zona de los chhatris.
De camino pasamos por la plaza y picamos algo. A mí, particularmente, esa zona, la de los cenotafios, era la que más me gustaba. Allí me sentía relajado y muy a gusto.
Hablamos de la excursión a Khajuraho. Por una parte me apetecía ver los famosos templos con las figuras del Kamasutra pero, por otro lado, la gran distancia que nos separaba -unos 400 kms desde Orchha- y la idea de pasar un día entero en el tren para hacer unas fotos me hacía desistir.
Entre divagaciones acabé frente a los chhatris...
Los famosos chhatris o cenotafios de Orchha daban mucho juego fotográfico.
Las horas junto al río pasaron como un agradable sueño.
Recorrí aquel espacio por todos los rincones. La luz del sol languidecía, pero el colorido del cielo se tornaba de una relajante luminosidad, distinta, especial...
Caminé por entre las entrañas de algunos edificios, me asomé a sus ventanales y terrazas, disfrutando de unos paisajes únicos. Me senté junto al río. Disfrutaba de la paz, del silencio... Tan solo me acompañaba el tintineo de las aguas del río que unos pequeños remolinos, provocaban a su paso entre las rocas. El crepúsculo me alcanzó allí sentado y antes de que cayera la noche y con su infinita oscuridad llenase todo el espacio, me fui hacia los home-stays.
Una vez en "casa" se fue reuniendo el grupo. Uno de los compañeros empezó a sentirse mal, el estómago le dolía y parecía tener algo de fiebre, mareos y debilidad. Jugamos un rato con los chavales en uno de los "chamizos" que había en los espacios comunes. Después de un rato me fui a duchar y, posteriormente, descargué las fotos en mi portátil. Estaba cansado. Los dos madrugones, aunque muy fructíferos, me habían dejado con falta de sueño. No había parado ni un segundo el resto del día y necesitaba descansar un poco. Me despedí de la gente y me fui a dormir.
Orchha - Varanasi (Benarés)
Este día no madrugué. Ya había conseguido unas buenas fotos de la zona de los chhatris y, como esa noche la pasaríamos en el tren, decidí llevar otra estrategia. De todas formas me levanté bastante pronto. Quería perderme en
solitario... Fuimos desayunando según nos levantábamos. La gente tampoco anduvo tarde, era el último día en Orchha y había que aprovecharlo. Jon, el compañero que la noche anterior se puso mal, seguía fastidiado. Pero lo peor es que un par de compañer@s más empezaron con la mismos síntomas.
Yo, de momento, me encontraba bien. Recogí un poco mi habitación y salí en busca de un largo paseo por la ciudad. Quería pasar unas horas a mi "bola", ir a donde me llevaran mis pies, dejarme seducir por el ritmo de la calle... Cogí las cámaras y me puse en marcha.
Bajé hasta el centro de la ciudad. Iba fijándome en cosas que hasta ahora me habían pasado desapercibidas; puertas, callejones, ventanales... Cualquier rincón era susceptible de fotografiar, todo me parecía hermoso, en armonía, todo guardaba un mágico equilibrio.
Me faltaban algunos monumentos por ver y me dirigí hacia uno de ellos, el Orchha Fort.
Cualquier rincón de la ciudad llamaba mi atención por su simplificada belleza y su alegre colorido.
De camino paré en un "tugurio". Me apetecía tomar algo y me dije... Mira; ahí tienes una "cafetería" para tomar un chai. El sitio no tenía desperdicio. Una especie de soportal de una casa, con un hogar tallado en uno de los muros. Allí, en aquella especie de horno, un buen hombre -que no quiso salir en la foto- hacía fuego y calentaba un puchero en el que la leche hervía junto a todos los ingredientes que hacen de esa mezcla una bebida que me apasiona... el chai. El olor a cardamomo, pimienta, clavo, anises y demás especias, hacen que mi olfato se sugestione de tal manera que, tan sólo con pensar en el chai, mi paladar se hace agua.
Tranquila y relajadamente me tomé uno, saboreándolo, sintiendo el aroma de India concentrado en aquella riquísima bebida. ¡¡ Me supo a gloria !!
Luego, tras esta parada, seguí mi camino en dirección al Orchha Fort. La mañana avanzaba rauda. Tenía mucho por ver y no podía perder mucho tiempo. Crucé el río. Al otro lado del puente se alzaba la fortaleza de Orchha...
Una "cafetería" para tomar un chai.
El acceso era libre, no pagué nada en ninguno de los edificios de la ciudad. Entré con sigilo. No había nadie, por lo menos, yo no vi a nadie. Tras atravesar una gran puerta encontré un gran espacio abierto cuadrangular, rodeado de palacios, un templo, y hermosos jardines. Recorrí lentamente aquel patio central. El lugar era hermoso, estaba bastante deteriorado pero guardaba algo de la elegancia que se supone tuvo en otra época. Las descarnadas paredes de un color cobrizo, las grandes cúpulas bulbosas, los esbeltos minaretes en las esquinas, las grandes salas, las masivas puertas abovedadas y su delicada ornamentación, daban fe de una depurada arquitectura de estilo mogol.
El acceso al Orccha Fort.
Este estilo arquitectónico hace referencia al desarrollado en el toda la extensión -siempre cambiante- de la India medieval de los siglos XVI, XVII y XVIII, mezclando las tradiciones locales con influencias iraníes. Alcanzó una perfección excepcional logrando una amalgama de elementos europeos, islámicos, persas, turcos e hindúes. Sus gobernantes levantaron muchos mausoleos, mezquitas, fuertes, jardines y ciudades. En la actualidad, encontramos buenos ejemplos de esta arquitectura en India, Afganistán, Bangladésh y Pakistán.
El fuerte fue construido por Rudra Pratap Singh el Bundelá Rajput que fundó el estado de Orchha en 1501. Los palacios y templos dentro del complejo de la fortaleza fueron construidos, posteriormente, por los sucesivos Maharajas del estado de Orchha. Está ubicado dentro de una isla formada por la confluencia del río Betwá y el río Jamni.
Imágenes del Orchha Fort.
El cielo estaba algo nublado pero, en general, la mañana era espectacular. Me encontraba muy a gusto paseando en solitario por aquel maravilloso paraje. Fui atravesando los distintos palacios y templos del complejo; Raja Mahal, Sheesh Mahal, Jahangir Mahal y salí por la parte sur hacia un bosque que estaba lleno de monos.
El interior del Orchha Fort, aunque bastante abandonado, era majestuoso.
Paryatak Dharmshala o Royal Chhatris desde el Orchha Fort.
Dentro de aquel tupido bosque me paré a escuchar la naturaleza. El trinar de los pájaros, el aullido de los monos, el crujir de las ramas y el suave roce de las hojas de los frondosos árboles, todo, en conjunto, formaba una sinfonía perfectamente acompasada. Aquella orquesta, dirigida por el natural devenir de los acontecimientos me mostraba que, la simplicidad de las cosas, es lo más bello y lo más armónico de la vida. Fue un momento de felicidad.
La zona trasera del Orchha Fort estaba invadida por un pequeño bosque que unía el fuerte con la zona de cenotafios.
Panorámica de los chhatris junto al río Betwá... Un lugar de ensueño.
Alcancé un punto en el que el bosque moría al pie del río Betwá. Allí, una especie de mirador me ofrecía una panorámica de ensueño. Me paré y monté el teleobjetivo. Miré, miré con calma, observando. Cerré los ojos y escuché. Hasta mí llegaba el eco de las voces de la gente. La vida transcurría junto al río. Baños, rezos junto a los chhatris, bullicio en los ghats y después, calma en el remanso tras el puente...
La zona aneja a los chhatris del río Betwá era una zona de baño común.
Me impresionó el joven con una pierna ortopédica realizando su baño en mitad del río.
Miraba a través de la cámara, no en plan voyeur, no en plan paparazzi, miraba observando el ritmo de sus vidas. En ese recorrido visual me topé con un joven sentado en una roca en medio del río. Estaba rezando. Me di cuenta de que le faltaba una pierna. Junto a él, sobre la roca, tenía una ortopédica. Aluciné pensando en la habilidad que debía tener para llegar hasta allí con esa minusvalía.
De pronto, unos aullidos sobre mi cabeza me sacaron de mis pensamientos...
Los "traicioneros" monos estaban saltando, de rama en rama, justo sobre mí. Cerré la bolsa del material fotográfico y guardé todo lo que podían quitarme.
Era sabido que, al igual que las gaviotas, pueden llevarse cualquier cosa que les llame la atención. Me empecé a agobiar un poco porque estaban cada vez más revoltosos. No quería que me arañasen ya que, como sabéis, pueden transmitir la rabia.
Así que, recogí todo y puse rumbo a la ciudad.
Los escandalosos y "traicioneros" monos del Orchha Fort.
Salí por la zona sur de aquel enorme parque. Atravesé uno de los arcos de entrada a la ciudad, el que llevaba a la zona posterior del mercado, junto a la parte trasera del Shri Ram Raja Mandir. Hice algunas fotografías. Seguí caminando. Mis pies parecían llevarme a algún sitio en concreto, era como una fuerza interior. De repente me encontraba delante del Lord Vishnu Mandir, uno de los más antiguos y hermosos templos de la ciudad.
La colorida y concurrida plaza del mercado.
Me paré frente a su puerta principal. Se veía destartalado, desconchado... En su parte baja, una gran sala cuadrangular en la que tan solo había una pequeña capilla con un dios hindú. No parecía muy atractivo... Entré y empecé a curiosear por la planta baja. Enseguida se me acercó un chaval de unos 18 años. Entre algo de inglés, cuatro palabras de italiano y alguna de castellano, me ofreció visitar el edificio en sus plantas superiores.
.- Beautiful, sir, bonito... yes -me decía.
.- No se... -dudaba yo.
Me enseñó un manojo de llaves y me señaló hacia una enorme puerta a la derecha del habitáculo principal. En un primer momento dudé, no me fiaba lo más mínimo. Meterme yo solo por allí... ¿ Y si arriba había alguien más y me robaban las cámaras ? El dinero, al fin y al cabo, me daba igual pero... ¿ Y las cámaras ?
Algo en mi interior me decía que podía fiarme y accedí asintiendo con un gesto.
.- OK, sir -me dijo.
En ese momento vi que, tras de mí, una pareja de unos 30 años entraban con un guía y se disponían a acceder por esa misma puerta. Entonces subí más tranquilo...
Vistas desde el Lord Vishnu Mandir.
Accedimos por un pasadizo estrecho, subimos unas escaleras, atravesamos una zona de arcadas irregulares que iban girando... Estaba caminando por las mismísimas entrañas del templo. Llegamos a una zona abierta donde unos grandes ventanales y terrazas ofrecían unas maravillosas vistas de la ciudad. Tras hacer unas fotos me dijo:
.- Come on, come on, let´s go ¡! ...
La luz allí concentrada parecía una imagen divina.
Subimos por un angosto pasadizo, apenas pasaba con la mochila en la espalda... Cada vez más arriba... Cada vez más estrecho... ¿ A dónde me lleva ? Pensé...
Y... así, de repente, como ocurren las cosas, desembocamos en la cúpula principal.
¡¡ Aquello era alucinante !! En el centro geométrico de su suelo, de forma convexa, confluían los rayos de sol que entraban por unos tragaluces repartidos por todo el perímetro.
Era... ¡¡ Mágico !!
Una sensación de paz y armonía invadió mi mente. El éxtasis, al pensar en los cientos de años de historia que estaban viendo mis ojos, me llenó de gozo. Es uno de los momentos que guardaré siempre en mi "caja de momentos felices", junto a la primera vez que vi la carita de mi hijo o la puesta de sol en Fisterra.
El Shri Ram Raja Mandir desde lo alto del templo.
Finalmente me llevó a una puerta que daba a la terraza superior. ¡¡ OjO !! No había barandilla ni medidas de seguridad alguna. Paseé por aquella terraza con los cinco sentidos alerta y antes de hacer una fotografía me paraba y miraba a mi alrededor para comprobar que estaba en sitio seguro. Fue un poco tenso pero... ¡¡ Espectacular !!
Tras esa última visita bajamos a la calle. Me di cuenta de que no habíamos hablado de ningún precio por aquello.
Pensé -nuevamente mal- que ahora querría engañarme. Le pregunte...
.- OK, my friend... ¿ How much it´s ?
.- Oh, I don´t know... -me dijo encogiéndose de hombros.
Yo estaba alucinando. ¿Cómo era posible aquello ? Ni me quería robar, ni me quería engañar ¿ Era tan solo por amor al arte ?
Saqué algo de dinero que tenía suelto. Le ofrecí 1.000 rupias ( unos 12 € al cambio ). Él, con una sonrisa, balanceó la cabeza de lado a lado, en ese gesto característico para afirmar cuando parece que niegan...
.- It´s OK ? -le dije.
.- Oh, yes... It´s OK... dhaniyavaad ¡¡
.- OK, namasté.
.- Bye, sir... namasté.
Algunos babas en la zona de los templos.
La pequeña decepción que fue el no ir a los templos de Khajuraho, se vio compensada con esta gran sorpresa. Se acercaba la hora de comer así que me fui acercando a los home-stays. Me metí por una zona que no había conocido antes. Pude hacer algunas fotos a unos babas en la parte posterior de un templo. Posteriormente, en una plaza adyacente, me encontré con una gran concentración de gente allí sentada. Entre ellas me llamaron la atención algunas mujeres, entre otras las que aparecen en las fotos de abajo.
En la zona del mercado podías captar momentos curiosos.
De vuelta al alojamiento me encontré con algunos compañeros. Fuimos a comer y a recoger todo porque esa misma tarde debíamos partir hacia Varanasi. Otra compañera más empezó con molestias. Yo también empecé a sentirme algo raro. El estómago me daba algunos pinchazos. De todas formas, me dio tiempo a hacer una última escaramuza por el centro. Bajé a comprar un par de regalos que había visto y a hacerle una foto a una chavala de un puesto de "pitxias" que había en la plaza.
Pasamos el último rato de la tarde con los niños. Jugamos, cantamos y echamos unas risas con ellos. Luego, sobre las 19:00 horas vinieron unos tuc-tucs a buscarnos. Nos despedimos de Ashok y nos despedimos de nuestros anfitriones. Los niños salieron corriendo detrás de nosotros.
.- Come back, please... Come back !! -nos decían.
Daba mucha pena despedirnos, pero el viaje debía continuar. La siguiente escala era Varanasi (Benarés), la ciudad de la luz, la ciudad de la vida.
Yo no me encontraba muy bien, pero todavía tenía fuerzas para cargar con mi equipaje y ayudar a alguno de mis compañeros que estaban peor.
Los tuc-tucs nos dejaron en la estación de Jhansi. Desde allí partiríamos hacia nuestro siguiente destino. Teníamos por delante 600 kms, es decir, unas 17 largas horas de viaje. Tras pasar los controles de pasaporte y demás, esperamos en una sala hasta que llegó el larguísimo convoy. Subimos al tren que llegó con algo de retraso. Para entonces ya estábamos unos cuantos fastidiados. Yo empecé a sentirme peor. El dolor de estómago se iba acentuando y la debilidad era total. Creo que tenía algo de fiebre...
Nos acomodamos en nuestros camarotes y partimos hacia Varanasi. No podía coger una postura cómoda para descansar. Los pinchazos y el dolor de estómago se fueron acentuando. No podía pegar ojo, cada dos por tres me tenía que levantar e ir corriendo al "WC". Entrar en aquél espacio era aún peor que el propio dolor de estómago. Fue el peor viaje de mi vida. Resumiéndolo en una palabra, fue una experiencia... HORRIBLE.
Varanasi (Benarés)
No se a que hora de la mañana, a consecuencia de la fiebre, conseguí dormir un poco. Me dijeron que llegamos a Varanasi sobre las 20:00 del jueves día 17. Llegué casi deshidratado y con una paliza en el cuerpo tremenda.
Recuerdo que bajamos del tren. Era casi de noche. Luego, tengo una difusa imagen de un largo trajinar por unas estrechas calles repletas de gente, pero todo está borroso, como en un sueño o, mejor dicho, como una pesadilla... Estaba tan mal que mis compañeros tuvieron que cargar con mi equipaje. Gracias a tod@s. De pronto me encontré en una habitación, a oscuras, sudando... Luego, debido a la fatiga, se ve que me quedé dormido.
Varanasi (Benarés)
Me desperté la mañana del día 18 con la visita del amigo "Tole". Estaba bastante mejor. Tenía que beber e intentar comer algo para reponer fuerzas. Estaba alojado en una habitación de la planta superior de una guest-house que no
recuerdo como se llamaba. No sabía como había llegado allí.Todos, menos Jon que seguía con fiebre, estábamos algo mejor.
Varanasi nada tenía que ver con Orchha.
Me aseé un poco y quedé con los compañeros para bajar a la zona de las cremaciones. No podía permitirme "el lujo de descansar más" y dejar pasar el tiempo...
¡ Con lo rápido que pasa... !
Superado este percance solo quedaba disfrutar, así que, cargué con mis Nikon y... ¡¡ A patear !!
Bajamos a los crematorios por el lado más largo, callejeando y viendo las entrañas de esta milenaria urbe. La parte "romántica" de la ciudad, es decir, la parte vieja y los aledaños del río - ghats - son una verdadera maravilla.
Las estrechas calles de la zona antigua de Varanasi.
La parte antigua de Varanasi es lo más parecido a un hormiguero. Gente que va y viene, que compra, reza, come, duerme, trabaja, mendiga... Todo en torno a la silenciosa, poderosa y atrayente llamada que, Maa Ganga, hace a los allí congregados.
Panorámica de Varanasi desde uno de los ghats junto al templo tibetano.
Algunos detalles de la ornamentación del templo tibetano.
Nos adentramos en los crematorios, concretamente en el Manikarnika Ghat. La palabra ghat, en hindi, significa "muelle". Se refiere a los muelles que, en forma de escalones, hacen de parapeto al cauce del río. Es una colosal obra de arquitectura, con vetustos edificios en la margen izquierda, concebida para aguantar las acometidas del Ganges en la época de monzones, es decir, entre julio y septiembre, cuando el caudal del río se puede multiplicar por más de mil. De las veinti... tantas escaleras de unos 30 cms de altura que tienen los ghats, en época de monzones quedan a la vista tan solo seis o siete, es decir, el río sube unos 6 metros en vertical. Con la enorme anchura del cauce, os podéis imaginar la cantidad de millones de metros cúbicos que puede llegar a evacuar... ¡¡ Impresionante !!
Las barcas que abarrotan las orillas del río llenan de colorido todo su recorrido frente a los ghats.
Como comentaba antes, bajamos al Manikarnika Ghat, el crematorio más grande de Varanasi de los tres que hay a orillas del Ganga. De pronto nos llamó la atención un cántico... Era la "banda sonora de la muerte" envuelta en un rítmico y repetitivo sollozo. Paramos para dejarle paso. El cortejo fúnebre nos adelantó con un incansable y acompasado trotar. Seis hombres portaban unas parihuelas de bambú que cargaban un cuerpo amortajado en una túnica de color naranja. Era una mujer. Unos segundos después de adelantarnos, aquel cuerpo parecía flotar inerte sobre las cabezas de la muchedumbre, buscando las llamas del fuego eterno de Shivá que, sus "guardianes", mantienen vivo ininterrumpidamente desde hace unos 4.000 años. Unos metros más adelante, nos adelantó un nuevo cortejo. En esta ocasión la túnica era blanca; era un hombre... Ambos se dirigían a cumplir el ritual...
Llegamos a los crematorios. Allí no se puede hacer fotos, por ese motivo no hay ninguna en este comentario. Aritz, ya nos había avisado para que no usásemos las cámaras.
.- No sería la primera que acaban en el Ganges... -nos dijo.
El cortejo fúnebre.
Lo que sí recordaré, siempre, será el olor a carne humana quemada que emanaba de aquél lugar. Cuando llegamos estaban ardiendo unos cuantos cuerpos en un reducido espacio. El olor era muy fuerte, yo diría intenso. Muchas personas no son capaces de soportarlo. Yo, que venía de pasar un par de días fastidiado, pensé que me iba a causar más malestar, pero aguanté estoicamente. El respetuoso silencio tan solo dejaba oír el crepitar del fuego purificador.
No había mujeres en las cremaciones, únicamente los hombres bajan hasta aquél lugar. Guardamos silencio. Algunos compañeros se tapaban la nariz y la boca con un pañuelo. El olor era impactante, penetrante y repelente.
Cuenta la leyenda:
... que tras su matrimonio con Parvati, Shiva se trasladó a vivir desde el Himalaya a Kashí. Al cabo de un tiempo, Parvati, viendo que Shivá quería moverse de Kashí viajando con sus devotos, ocultó sus pendientes diciendo que se le habían perdido mientras se bañaba en las orillas del Ganga. Le dijo a Shivá que no podía partir sin ellos. La idea de la diosa Parvati era que, antes de iniciar su marcha, Shivá permaneciese en esta ciudad buscando los aretes perdidos a orillas del río.
Se dice que, todavía hoy en día, cuando un cuerpo llega a este ghat de cremación, Shivá contacta con su alma y le pide que se sumerja en las turbias aguas del Ganga para ver si encuentra los pendientes de Parvati.
Tras esta experiencia nos dirigimos hacia el interior de la ciudad.
Varanasi es una ciudad situada a orillas del río Ganges en el estado de Uttar Pradesh. Es la más sagrada de las siete ciudades sagradas (Sapta Puri) en el hinduismo y el jainismo, y desempeñó un papel importante en el desarrollo del budismo. La ciudad creció como un importante centro industrial, famoso por sus tejidos de muselina y seda, perfumes, trabajos de marfil y escultura. La importancia religiosa de la ciudad continuó creciendo en el s. VIII, cuando Adi Shankara estableció el culto a Shivá como una secta oficial de Varanasi. Durante el gobierno musulmán a través de la Edad Media, la ciudad continuó como un importante centro de devoción, peregrinación y misticismo. En el s. XVI, Varanasi experimentó un renacimiento cultural bajo el dominio del emperador mogol Akbar, que patrocinó la ciudad y construyó dos grandes templos dedicados a Shivá y Vishnú, aunque gran parte de la ciudad moderna fue construida durante el s. XVIII, por los reyes Maratha y Brahmin. El reino de Varanasi fue reconocido oficialmente por los mogoles en 1737 y continuó como un área gobernada por la dinastía hasta la independencia de los británicos en 1947.
Antiguamente se conocía con el nombre de Kashí, traducido como "la ciudad de la luz". Varanasí debe su nombre probablemente a su situación geográfica, entre los ríos Varaṇā y Asī. Los arqueólogos han encontrado artesanías y ollas de arcilla que demuestran que en el siglo IX a. C. ya había un asentamiento humano en ese sitio a orillas del río Ganges.
El primer texto que nombra a esta ciudad es el Majabhárata (texto épico religioso del s. III a. C.), compuesto aproximadamente un siglo después de la época de Buda. Ya en esa época, Kashí, poseía templos dedicados a Suria, el dios del sol. En el s. VII, el célebre monje budista y viajero chino Xuanzang (602-664), fue testigo de que la ciudad era un centro religioso, educativo y artístico.
En el año 1300, la ciudad sufrió un importante saqueo por parte de tropas provenientes de Afganistán. Posteriormente, en el s. XVII, Varanasi sufrió el ataque del emperador mogol Aurangzeb, que pretendía acabar con el hinduismo. La ciudad sobrevivió a ambos ataques, aunque la mayoría de los templos y edificios fueron destruidos.
Pero... volvamos al viaje.
Por las calles de la ciudad podías encontrar de todo, desde puestos de verdura hasta barberos y dentistas callejeros.
Los dentistas callejeros... todo un espectáculo.
Estaba pletórico, me encontraba completamente recuperado y con ganas de "quemar" los sensores de mis cámaras. La ciudad desprendía multitud de colores, olores, contrastes, era un auténtico hervidero de vida...
Me llamaron mucho la atención los puestos de dentistas callejeros. La tranquilidad con la que los "pacientes" viven la falta de asepsia me resultaba, cuanto menos, chocante. Sin guantes, sin mascarillas, sin desinfección... Lavaban los utensilios en un cubo con agua... Esta gente tiene que ser de hierro... ¡¡ Oh, my Good !! ¡¡ Tienen que tener un sistema inmunológico a prueba de bomba !!
También nos encontramos, como no podía ser de otra manera, con duras imágenes de pobreza. A algunas personas podías ayudar con una limosna o comprándoles algo para comer, pero no se podía ayudar a tod@s. En estas circunstancias es cuando valoras lo mucho que tenemos y lo afortunados que somos de haber nacido en una familia y un entorno privilegiados.
Tras recorrer las calles más interiores de la ciudad, volvimos a bajar al río. Era en esta zona donde podían encontrarse las mejores fotografías.
Nos topamos con los barberos que se encargan de afeitar la cabeza a los "guardianes del fuego". Seguimos caminando por la orilla del río. Todo era tan especial que había que hacer un esfuerzo sobre humano para no perder detalle de ningún movimiento.
La mañana iba avanzando rauda y veloz. Aritz, nos comentó la idea de visitar una O.N.G. con la que tiene relación de visitas anteriores. Decidimos ir hasta allí y ver la labor que esta gente hace con los niños y niñas más desfavorecidos de la ciudad.
No estaba lejos. Llegamos enseguida al edificio sito en una de las callejuelas de la zona antigua.
La pobreza, por desgracia, está a pie de calle en toda India.
Los barberos afeitando cabezas y uno de los ghats de Varanasi.
La O.N.G. en cuestión se llama Semilla Para el Cambio. La fundaron dos amigas, una gallega y otra madrileña. Llevan varios años en Varanasi cumpliendo una labor social muy importante. Dan educación a niñ@s de los slums, de entre las edades comprendidas en lo que en Europa llamamos "educación primaria". Los slums son los ghettos donde vive la gente que se dedica a recoger la basura. Los sacan de las calles y los preparan para su entrada en el sistema educativo. Les surten de ropa y calzado y les dan, al menos, un par de comidas al día. Así, les dan una oportunidad para poder ser alguien el día de mañana. Y eso, tan solo, por una aportación de 20 € mensuales.
Al llegar, los críos se revolucionaron un poco, pero enseguida todo volvió a su cauce. Estuvimos viendo como trabajaban en clase. Pintaban y daban clase de inglés. Posaron para nosotros con alegres sonrisas. Después, la directora, nos pidió -ya que estábamos con las cámaras- a ver si les podíamos sacar unas fotos de primeros planos para rellenar la ficha escolar. Accedimos gustosos.
Tras esto, les ayudamos a servir la mesa y repartir las comidas. Los críos empatizaron enseguida e incluso se atrevieron a hacer bromas y reír con nosotros. Fue un rato muy agradable.
Después de la visita, con el compromiso adquirido de ir a ver las nuevas instalaciones en los slums, decidimos ir a comer algo. Elegimos un restaurante en uno de los ghats cercanos. No quería comer nada fuerte. Ya habría tiempo. Pedí unos tristes spaghetti "no spicy" con tomate para que mi estómago no sufriese mucho más. Me sentó muy bien comer, lo necesitaba.
Mas tarde, tras un rato de descanso y sobremesa, salimos a seguir viendo la ciudad...
Miradas cómplices y sonrisas sinceras... Así son los niños.
https://www.semillaparaelcambio.org
Apadrina en Varanasi
L@s niñ@s de los "slums" te necesitan.
Entra en la web e infórmate.
Las sonrisas de los críos... inolvidables.
Aritz, propuso hacer una visita a la zona de los telares musulmanes. No estaba muy lejos de donde nos encontrábamos, así que, accedimos curiosos. Allí se podía ver la mecánica de la elaboración y los trabajos asociados en la fabricación y manipulación de la tela. Se antojaba, cuanto menos, curioso...
Llegando a la zona en cuestión, Aritz, al ver todo cerrado, se percató de que era viernes. ¡¡ Era festivo !!
El viernes es un día muy importante para los musulmanes. Es el día en que se reúnen para rezar en congregación.
Así que, con las mismas, nos dimos la vuelta. Pasamos por unas calles en las que un pequeño ejército de hombres de todas las edades -desde muchachos barbilampiños hasta hombres maduros- cosían y remendaban colchones de muelles.
.- ¡ Mirad ! -dije yo- Si esto fuese Vitoria, sería la calle colchonería... ;-)
Salimos hacia la parte moderna de la ciudad. La zona de las calles asfaltadas, coches, tuc-tucs, motos, bicis, rickshaws, gente, mucha gente y... Muchas vacas, esa zona donde la contaminación del humo y el ruido crean un espacio caótico. El contraste con la paz y la calma que se respira en los ghats, junto al río, es como la noche y el día.
Si estuviésemos en Vitoria-Gasteiz sería la calle colchonería.
Anduvimos por calles abarrotadas. Era como un gigantesco hormiguero. Esa gran masa de gente caminaba de un lado a otro, aparentemente sin rumbo, mezclada entre las molestas motos que aceleraban y tocaban las bocinas para pedir paso, impacientes y casi agresivas...
Era una zona comercial, no había luces de neón pero, el colorido de las lámparas de las tiendas hacía resaltar los tonos, siempre alegres, de los saris de las mujeres.
Potentes altavoces, adosados a las farolas, emitían música hindú. El paisaje urbano, con feas casas de hormigón, se complementaba con enormes transformadores. Daban la sensación de ser grandes nidos envueltos en un amasijo de cables enmarañados. Sin embargo, ese frenético ritmo, esa sobrecarga de todo, transmitía una sensación de "caótico equilibrio".
El cruce donde acaba la zona antigua y comienza el asfalto.
El "hormiguero" de Varanasi al atardecer.
Puestos de comida callejera y alimentación en las calles de Varanasi.
Tras un largo paseo nos adentramos de nuevo en el corazón de la ciudad. Puestos de comida callejera inundaban el ambiente con olores a especias que despertaban el apetito de cualquier mortal. Carros de verduras y frutas daban color a las calles.
Era ya noche cerrada. El día había transcurrido con un ritmo frenético. No había vuelto a tener problemas, el estómago respondía bien, así que, nos metimos en un local a cenar un thali. Es un menú, servido en un plato grande de latón, con una serie de cuencos que generalmente llevan:
> dhal ( un guiso de lentejas )
> aloo gobi (una mezcla de verduras como patata y coliflor )
> paneer ( un queso fresco )
> baasamatee chaaval ( arroz basmati)
> chapatti ( pan )
> dahee ( yogur líquido para beber ).
El precio de un thali ronda las 100 rupias ( 1,20 € ).
El típico plato llamado thali.
Tras la cena nos fuimos a descansar. Al día siguiente quería ir a ver el amanecer en los ghats. Tenía que descansar un poco, no debía tentar más a la suerte. Jon seguía enfermo y con fiebre. Habíamos quedado en llamar a un médico hindú para que le mirase. Eso era lo primero.
Varanasi (Benarés)
Me desperté con ganas de más. Algunos de los compañeros habíamos quedado para ver amanecer en los ghats. Maa Ganga, "la madre de todos los ríos" o Ganga Devi, "la Diosa Ganga", guarda celosamente sus secretos, entre los que está
el poder de purificación. Además, ejerce una atracción difícil de evitar.
El Ganges nace en la cordillera del Himalaya, en una gruta de hielo a más de 4.500 m.s.n.m. Recorre 2.510 kms, de los cuales tan solo seis, atraviesan la ciudad sagrada de Varanasi. Tras recorrer tres estados de la República India va a "morir" al Golfo de Bengala. En su cuenca viven mas de 150 millones de personas. Según las creencias del hinduismo, cada inmersión en sus aguas sirve para limpiar el karma (el lastre de vidas anteriores). Además, morir en Kashí, en la ciudad de la luz, te libera del ciclo de las seis reencarnaciones y te lleva directamente al moksha, es decir, el paso directo al Nirvana. Es por eso que muchas personas mayores o enfermas, viajan hasta Varanasi para encontrar allí la muerte. Incluso hay residencias que alojan a personas que esperan el final de sus días.
Amanecer en Varanasi. Otro de los momentos para guardar en mi "caja de momentos felices".
A pesar de su alto grado de contaminación, la vida en torno al río es un auténtico espectáculo. A primeras horas de la mañana, cuando la ciudad aún duerme, Maa Ganga conserva la paz y el silencio de las horas del reposo nocturno, cuando sus aguas van únicamente a merced de la corriente y no se ven ultrajadas por los cientos de remos y motores que más tarde las surcarán. Esa mágica hora, en la que el día despierta, es un regalo para la vista, los oídos y el alma. Después, cuando el sol acabe de levantar por el horizonte, la ancha lengua de agua que acaricia la ciudad por su margen izquierda, se convertirá en una abarrotada "autopista" por la que transitarán un sin fin de embarcaciones de todos los tipos y colores. Unas provistas de una estridente música, otras llenas de turistas, otras de peregrinos, algunas cargadas de madera para alguno de los ghats cercanos... De esta manera, el río, vuelve a ser el eje central de la vida en la ciudad.
Un sadhu realiza una "puja" al amanecer para dar gracias al Dios Sol.
Otro de los momentos mágicos del amanecer, y que no te puedes perder en una visita a Varanasi, son las pujas (ofrendas). Cuando las luces de la calle tiñen de ocre los edificios de la ciudad y bañan de una luz dorada las orillas del río, los fieles se reúnen en los ghats. Mientras un sadhu realiza la ceremonia sagrada, ellos, los fieles, depositan, en las calmadas aguas, flores y velas antes de bañarse para purificar su alma. Todavía se conserva la tradición de hace siglos de rezar ante el sol naciente. Esta ceremonia guarda un gran misticismo. El colorido, el ritmo de sus rezos y el olor a incienso envuelven la ofrenda con un halo mágico. Los cinco elementos del hinduismo, fuego, agua, tierra, aire y espíritu, están muy presentes en la ceremonia. Pueden asistir tanto locales como visitantes extranjeros.
Minutos después, el sol se levanta por el horizonte y empieza a pintar de colores las barcas fondeadas ordenadamente en cada muelle. Empieza un nuevo día cargado de ilusión y ganas de vivir.
Ver nacer un nuevo día en los muelles de Varanasi es un maravilloso espectáculo.
Cuenta la leyenda:
...que Shivá, disipó la furia del Ganga cuando este arremetía con todo su ímpetu sobre la faz de la tierra. Entrelazándolo en su esbelta cabellera, el Dios de la destrucción logro, paradójicamente, detener la catástrofe y tranquilizar de esta manera a Maa Ganga, el mítico río Ganges, que fluye hoy en día desde el Himalaya hasta su desembocadura en la bahía de Bengala.
En apenas unos minutos los ghats se llenan de gente. La paz se corrompe. Nuevamente, por la ciudad habitada más antigua del mundo, el murmullo de las voces de fieles, turistas, mendigos, yoguis, brahmanes, jóvenes estudiantes, leprosos, parias desquiciados, sadhus elegantes, bonzos y tullidos, acompañan a los monos y a las ratas invadiendo, cual poderoso ejército, la zona aledaña a las escalinatas.
Nosotros acompañábamos a esa marabunta de gente en su frenético trajinar junto al río. Tras las fotografías hechas y con la maravillosa imagen del amanecer grabada para siempre en las retinas, era momento de tomar un chai en alguno de los puestos que ya funcionaban a esas horas junto a los ghats.
Después de un te caliente que, a mí particularmente, me supo a gloria, seguimos con nuestro particular paseo por los ghats. La mañana estaba preciosa. Caminaba feliz por aquel maravilloso escenario.
Un puesto callejero para tomar chai.
Los fieles se agrupan en los ghats llenando de color las escaleras. Posteriormente realizarán sus baños purificadores.
Ya había amanecido y la ciudad estaba en marcha. El hormiguero funcionaba a pleno rendimiento. La gente pululaba ya por todos los rincones. El ajetreo empezaba a ser frenético. Aunque suene raro lo que digo, el caos empezaba a poner todo en su sitio. Varanasi es así, un ordenado desorden con una actividad vertiginosa; una dulce y maravillosa locura.
Un barbero esperando su primer cliente a primeras horas de la mañana.
Desde cualquier ángulo, Kashí, es una preciosa ciudad.
Era el momento de disfrutar, observar y mirar sin prisas todo lo que sucedía a nuestro alrededor. En cada rincón, en cada escalera de cada ghat, encontraba algo que llamaba mi atención. Sadhus meditando, fieles rezando, turistas ensimismados, niños jugando a cricket, lisiados mendigando, ancianos moribundos...
Varanasi es un lugar de extremos, un enjambre, un rico, un enloquecedor y embriagador enjambre donde lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, lo agradable y lo nauseabundo conviven en torno a la orilla del río que, sin lugar a dudas, sigue siendo el hilo conductor de todo.
Unas simpáticas señoras, ataviadas con sus saris, posan elegantes para mi cámara.
Fuimos caminando por entre los ghats, viendo cada rincón y entrando por cada recoveco. Así, es como te das cuenta de que la opulencia de algunas personas choca con la miseria de otras. En un abrir y cerrar de ojos puedes pasar de ver la acogedora, fascinante y deslumbrante ciudad de la luz a ver la agobiante, caótica y putrefacta ciudad de la muerte.
Sí, amig@s; es una ciudad donde lo mundano se hace incomprensible y lo divino alcanza toda su lógica mas racional... Así es Kashí.
La mañana avanzaba...
En los muelles se trabaja reparando las barcazas.
Un hombre musulmán y otro hinduista posan para mí. Gracias a todos.
Fuimos a comer a un local sito tras el Manikarnika Ghat. El sitio era tranquilo y comimos bastante bien. Hicimos una pequeña pausa tras la comida y cargamos pilas para seguir "pateando" la ciudad. Tras la sobremesa nos adentramos en el corazón de la milenaria urbe.
El mercado de las flores es un hervidero de comerciantes.
En primer lugar fuimos a ver el mercado de flores. Un vetusto edificio, con un gran patio interior, que reunía a un montón de gente dispuesta a comprar y vender cantidades ingentes de flores. Unas sueltas, otras ya enlazadas en collares, el trajín era frenético; conversaciones, tratos cerrados, movimientos de dinero...
En otro punto de la ciudad, en la zona del mercado, me encontré con un paraíso fotográfico. Los puestos, cargados de verduras y frutas, se complementaban con los retratos de los vendedores. La combinación de colores, las sonrisas, el entorno en sí, todo, todo era magnífico y bello para fotografiar.
En las mismas entrañas de la ciudad, el mercado nos dejaba unos coloridos retratos.
Las clases sociales o castas, se dejan notar en las calles de toda India.
Dedicamos el resto de la tarde a callejear. Me encanta callejear... Nos metimos por calles estrechas dentro de las entrañas de la zona antigua de Varanasi. Nehru, el primer ministro de la República de la India, tras independizarse de los británicos, dijo una vez: Tratar de entender a India es una estupidez. Lo más sensato es sumergirse en su caos de sonidos, colores y olores.
Creo que es una frase de lo más acertada. Claro, si no acertaba un hombre como él, que luchó codo con codo en la resistencia pacífica junto al mismo Mahatma Gandhi, pues... quien iba a ser si no.
Y así lo hicimos, nos sumergimos de lleno en ese caos...
Costureros a pie de calle, una imagen típica de India.
La noche se nos echó encima sin apenas darnos cuenta. El frenético ritmo de la ciudad se fue apaciguando. Paramos a cenar algo en un local de comida típica hindú. Luego, de regreso hacia la guest-house, coincidimos con el ritual de inicio de una boda. Sacaban a la novia de una casa y afuera le esperaba el padre que, tras cargarla al hombro, la introdujo en un coche para llevarla hacia el lugar de la ceremonia. Todo ello, como podéis imaginar, entre un ensordecedor alboroto y un gentío enloquecido que gritaba y aplaudía. Como pude, mezclado entre aquella masa de gente, hice unas cuantas fotos. Abajo os dejo una breve secuencia.
De regreso a la guest-house coincidimos con la ceremonia del inicio de una boda.
Esa fue la guinda para completar el día. Una jornada muy próspera en lo fotográfico y muy enriquecedora en lo personal y espiritual. Los días pasaban a toda velocidad. Habíamos llegado al ecuador de la estancia en Kashí.
Varanasi (Benarés)
Amaneció un nuevo y hermoso día. Las jornadas iban cayendo como caen las hojas en otoño, silenciosas e imparables. Pasaban rápido, muy rápido, más de lo que me hubiese gustado. Varanasi ejercía una gran atracción sobre mí. Estaba
atrapado en aquel magnético ritmo que, tanto el Ganga como la propia ciudad, marcaban cada jornada. Salimos temprano. Fuimos directos al muelle con intención de coger una barca y salir a navegar por el Ganga. Al final nos apuntamos bastantes y tuvimos que alquilar dos barcas. La "hora azul" languidecía y el cielo estaba en plena transición hacia el amanecer.
Amanecer en Varanasi desde una barca en el río Ganges.
Salimos a surcar las aguas del Ganges y disfrutar de la mañana. Todavía se respiraba paz, una embriagadora y relajante paz. Yo iba en el grupo de Aritz. Las dos barcas iban a hacer el mismo recorrido, es decir, recorrer el frente de la ciudad. El objetivo era ver la urbe desde ese magnífico punto de observación en el que se convertía la barca. Nos topamos con un pescador que lanzaba sus aparejos, sentados de cuclillas, desde la popa de su embarcación, con una habilidad asombrosa.
Un pescador echando sus sedales con las primeras luces del alba.
La mañana estaba magnífica en lo que a meteorología se trataba y el paseo estaba siendo muy gratificante. Las vistas de los ghats eran inmejorables. Vimos la ciudad desde todos sus ángulos posibles y tras un primer recorrido hasta el Manikarnika Ghat, dimos la vuelta río arriba.
Los fieles comenzaban a ocupar los escalones de los ghats que, poco a poco, se iban convirtiendo en un amasijo de cuerpos semidesnudos y saris de todo los colores.
El silencio se veía desplazado por el murmullo de la gente y el, cada vez más intenso, zumbido de los motores.
Distintas vistas de Varanasi.
Los ghats en las primeras horas del día.
Dejamos que la barca flotara un rato a merced de la corriente. El vaivén de las minúsculas olas, que otras embarcaciones levantaban, nos mecía suavemente. No era impedimento para poder sostener bien las cámaras y enfocar sin problemas. Desde allí, muchas de las fachadas de los edificios, con pintadas y decoraciones de todo tipo, se percibían con todo detalle, cosa imposible de hacer desde el paseo junto al río.
Desde la barca se podía ver como arrancaba el día en las inmediaciones del Ganga.
La mañana pasó en un suspiro. Después de la travesía por Maa Ganga, fuimos a tomar un chai. Más tarde, antes de la hora de comer, dimos una vuelta por los ghats. La ciudad ya estaba en plena efervescencia...
Varanasi en plena actividad matutina.
Imágenes de los alrededores de los ghats.
Quedamos en reunirnos para comer, pero antes, cada uno se perdió por entre la gente. Yo me quedé sentado en un mirador de unos de los ghats. Desde allí, me fijaba en las cosas que sucedían a mi alrededor. La gente que charlaba, las abluciones, el mono que saltaba para robar algo de comida... Todo siguiendo su normal funcionamiento, como un mantra, rítmico y relajante.
De repente me fijé en una familia... Llevaban allí un rato, pero no me había percatado hasta que la abuela, una anciana con muchos años sobre sus espaldas, se encaminó hacia el agua. Sus famélicas piernas movían un cuerpo, doblado pero sin quebrarse, como un junco en pleno vendaval. A duras penas se mantenía en pie, pero, ayudada por una mujer más joven -que se supone era su hija- consiguió meterse en el agua y realizar las abluciones que purificaban su alma.
Quien sabe, tal vez fue su último baño en el río, tal vez fue la última vez que Maa Ganga acarició su piel surcada por unas marcadas arrugas que eran fiel reflejo de su dilatada vida.
Una anciana camino del río para realizar sus baños de purificación.
La anciana acaba de purificar su alma tras realizar sus abluciones en el Ganges.
Tras haber podido fotografiar los baños purificadores de esa anciana, nos reunimos y pusimos rumbo hacia la parte exterior de la zona antigua de Kashí. Fuimos nuevamente hacia el mercado. Queríamos comprar algo de fruta. A esas horas de la mañana el mercado era un hervidero. Gente de todas las edades, castas y religiones, se daba cita por entre sus callejuelas. Era excitante y apasionante. Mujeres y hombres, con saris y kurtas de todos los colores, se movían calle arriba y calle abajo. Miradas cómplices, simpáticas sonrisas, algún que otro gesto raro, pero... Todo, todo, con un exquisito respeto.
El mercado en plena actividad.
Un "santón" en los alrededores del mercado.
El fenómeno llamado halo solar.
Estando en el mercado, de repente, el cielo pareció nublarse. Pero... No era un nublado "normal". Miré hacia arriba y vi como el sol se volvía... "Raro". Apareció a su alrededor una especie de arcoíris y no pude por menos que hacerle algunas fotografías.
Resultó que ese fenómeno, que nunca había visto, se llama halo solar. Un halo solar es un efecto óptico en forma de disco alrededor del sol y que presenta un anillo iridiscente en su circunferencia exterior. Usualmente se ve en lugares fríos como La Antártida, Alaska, Groenlandia, norte de Escandinavia y zonas boreales de Rusia o Canadá, aunque puede ocurrir en cualquier lugar, si se dan las condiciones atmosféricas adecuadas.
El halo está causado por partículas de hielo en suspensión en la troposfera que refractan la luz generando un espectro de colores alrededor del sol. Son anillos de color blanco o de una tonalidad pálida que se forman en la atmósfera terrestre alrededor de la imagen luminosa del sol. La verdad sea dicha fue... ¡¡ Espectacular !!
Imágenes cotidianas de la vida en las calles de Varanasi.
Comimos un thali en un local sito en una calle aneja al mercado. Luego, en una larga sobremesa, barajamos las opciones para el último día en Kashí. Había una propuesta inicial, por parte de Aritz, de acercarnos a Sarnath pero fue rechazada por la mayoría del grupo. A mí, me hubiese gustado ir y me arrepiento de no haberlo hecho.
Sarnath, situada a 12 kms de Varanasi, y a la que se llega en apenas 45 minutos en coche, es una de las cuatro ciudades santas del budismo, siendo el lugar histórico donde Buda predicó por primera vez. Según las crónicas, dos siglos después de la muerte de Buda, doce mil monjes budistas vivían en Sarnath. La ciudad floreció, especialmente en cuanto a arte y religión budista, gracias al patrocinio de ricos reyes y mercaderes de la vecina Varanasi.
El peregrino chino Xuan Zang, en su viaje hacia Nalanda, escribió en el s. VII que había unos 30 monasterios y 3.000 monjes en Sarnath, así como algunos templos hindúes y un templo jainista que todavía existe. La ciudad fue saqueada y devastada por los turcos musulmanes y cayó en abandono, y no fue redescubierta hasta las expediciones arqueológicas de Alexander Cunningham en el s. XIX.
Cuando vuelva, porque quiero volver con mi hijo, no me perderé esta visita.
La hora azul en Varanasi. Un momento mágico cuando la ciudad busca el reposo.
La tarde pasó en un abrir y cerrar de ojos. Cuando nos dimos cuenta estábamos a dos luces. Me había acercado a los ghats porque quería hacer una foto en la "hora azul" del atardecer. Era la última noche en Varanasi y, en consecuencia, era la última oportunidad de poder hacer esa foto. Busqué el encuadre más significativo y esperé la luz apropiada. El resultado lo podéis ver aquí arriba. Creo que valió la pena...
Después cenamos algo y nos fuimos a descansar.
Varanasi (Benarés)
Pues así, sin apenas darme cuenta, había llegado el último día de estancia en Varanasi. Me daba mucha pena porque estaba muy a gusto en la ciudad de la luz. Habíamos quedado para volver a salir a surcar las aguas del Ganges. Quería
acercarme más e intentar sacar alguna foto impactante en los ghats de las cremaciones.
Las orillas del Ganga a primeras horas de la mañana.
Alquilamos una barca muy temprano y cruzamos el río hasta la orilla derecha. Allí, unos bancos de arena frenaban las aguas de Maa Ganga que, en esta época, bajaban tranquilas todavía. Otra cosa sería más adelante, hacia el mes de septiembre, cuando los monzones aumentasen el caudal hasta límites insospechables. Bajamos de la barca y pusimos pie a tierra sobre los bancos de arena. Desde allí hice la panorámica que se ve más abajo, cogiendo toda la curva que el Ganges hace frente a Varanasi. Amanecía y el sol levantaba por el este. Fue un momento bonito, ver amanecer desde esa perspectiva.
Luego, volvimos a la barca y pusimos rumbo hacia los ghats situados río abajo.
Los arenales de la margen derecha del Ganges fotografiados desde la barca.
Panorámica de Varanasi desde los bancales de arena de la margen derecha del Ganga.
Un hombre lavando su ropa en las aguas del Ganga.
Según bajábamos el río, le pedimos al barquero que se acercase lo más posible a la orilla izquierda para poder tener más detalle de lo que veíamos.
En cada escalera, en cada hueco, en cada rincón de los ghats había alguna fotografía... Era una locura...
¡¡ Una dulce y maravillosa locura !!
No sé, si por ser el último día o por qué, pero disfruté una barbaridad en aquél largo paseo por el Ganges.
Distintas fotografías hechas desde la barca.
Y así, entre foto y foto, bueno mejor dicho, entre ráfaga y ráfaga de fotografías, llegamos al momento álgido del paseo... Nos acercábamos al Manikarnika Ghat. Quería hacer alguna fotografía de las cremaciones, no por nada morboso, sino por tener un recuerdo de esas ceremonias. Si te planteas la muerte como algo natural no tiene por qué ser un mal recuerdo.
Llegó el momento, estábamos allí, frente al ghat...
El Manikarnika Ghat desde la barca sobre el Ganga.
En la foto superior vemos el cuerpo ardiendo con los pies para afuera.
En esta, es la cabeza lo que asoma fuera de las llamas.
Desde la barca fuimos testigos de algunas cremaciones. Esta vez, desde el río, el olor no era tan intenso y, con un poco de cuidado, podíamos fotografiar la zona.
Los hombres, una vez que llegan al crematorio, sumergen el cuerpo en las turbias aguas de Maa Ganga para proceder a su purificación.
Así se cumple el ritual que inició Shivá, cuando buscaba los pendientes de Parvati. Después de ser sumergido, le sueltan las ataduras que lo sujetan. Sumiso, maleable y elástico, como si aún tuviese vida, es depositado sobre la pira. Lo cubren con paja y finas ramas y es entonces cuando uno de los guardianes se acerca portando el fuego eterno en un pequeño manojo de yesca. Da tres vueltas a la pira y desde la parte de los pies introduce el fuego entre los leños.
En tan solo unos segundos, aquélla mole de leños y carne humana se envuelve en llamas. El crepitar de la reseca madera, el humo que se eleva liberando el alma, el calor que se desprende y el penetrante olor a carne quemada, crean una atmósfera... ¡¡ Única !!
Uno de los guardianes del fuego. (Foto bajada de Internet)
Una ceremonia sin igual, sobria, serena, natural... No hay llanto, no hay lamentos ni sollozos. Ha pasado a otra dimensión, a conseguido saltarse el ciclo de la reencarnación, ha alcanzado el Nirvana.
Después, los familiares esperan pacientes, dejando el cuerpo al antojo de las llamas. El luto y el llanto vendrán después, en casa, lejos del lugar donde las cenizas se mezclarán con las sagradas aguas de Maa Ganga y seguirán su camino hacia las puertas del paraíso.
Los dom, la casta de "parias" que se encarga de los trabajos de limpieza de las piras funerarias, hacen que la leña acabe de consumirse. Los ricos queman a sus difuntos con cerca de 500 kg de madera, reduciéndolo todo a cenizas. Pero, los más humildes, utilizan lo que pueden. Es en estas ocasiones cuando quedan grandes trozos de carne y huesos sin consumirse. Los dom, echarán al río todo lo que allí quede... Es por eso que, en ocasiones, podemos ver trozos de cuerpos flotando aguas abajo.
La gente que no tiene ni tan siquiera esos recursos, arroja al Ganges el cuerpo de sus difuntos atado con unas piedras. En ocasiones esas piedras se sueltan y se pueden ver cadáveres enteros flotando. También hay que decir que, los cuerpos de los hombres sabios y santos -llamados sadhus-, las mujeres embarazadas y los bebés no se queman nunca y se arrojan enteros a las purificadoras aguas de Maa Ganga.
Templos y ghats vistos desde la barca.
Una familia realizando el baño de purificación.
Bueno, lo había conseguido, me llevaba algunas fotos de las cremaciones. La mañana había sido muy productiva.
De regreso, navegando río arriba, fui completando la sesión, sacando fotografías de la actividad en los ghats.
Las horas en Varanasi llegaban a su fin, se consumían como aquellos cuerpos que quedaban ardiendo en sus piras. Unos días maravillosos, una experiencia muy enriquecedora, un recuerdo imborrable. Por la tarde habíamos quedado para acercarnos con Aritz a ver los talleres de pintura de las mujeres de los slums y no podíamos faltar al compromiso con la O.N.G.
A primeras horas de la mañana, los ghats se llenan de gente.
El arte se reflejaba por los muros de los ghats; desde la decoración de los "baños públicos", hasta preciosos murales como este de arriba.
Imágenes de la vida en los ghats de Varanasi.
Tras un último paseo por la orilla del sagrado río, volvimos a la guesthouse para recoger todo y preparar la maleta para el último traslado. Esa tarde-noche cogeríamos el tren con dirección al norte, a la ciudad del yoga; Rishikesh.
Los niños nos deleitaron con canciones y bailes en los que pusieron todo su amor y simpatía.
Una vez recogimos todo fuimos hacia los slums. Allí, la O.N.G. hace una gran labor. Ha creado una escuela y unos talleres paralelos. Con esto, lo que hacen es dar trabajo a las madres con la condición de que escolaricen a sus hijos y los saquen de la calle. De esta manera, promueven la independencia económica de las mujeres.
Los niños se quedan en el colegio, estudian en hindi y en inglés, los preparan para la enseñanza secundaria y les dan dos comidas diarias.
Mientras tanto, las mujeres, trabajan pintando los pañuelos de seda en los talleres, ganan un sueldo y aprenden a ser independientes.
Vamos, lo que se dice "matar dos pájaros de un tiro".
Llegamos al colegio y l@s niñ@s nos recibieron con unas canciones y bailes que ejecutaron con alegría y todo su corazón. Fue un ratito muy conmovedor y muy emotivo. Después, asistimos en directo a una clase en inglés, una clase online que, con profesores nativos, les impartían desde Inglaterra.
Gracias a Semilla Para el Cambio, est@s pequeñ@s tienen una oportunidad de ser "alguien" el día de mañana. Por lo menos les intentan dar una salida y sus mamás la aprovechan para realizar su trabajo. Los beneficios de las ventas de los pañuelos van también para los slums.
L@s niñ@s del colegio dispuestos a comer su ración de arroz con verduras y el nan.
Dejamos a los niños comiendo y aprovechamos nosotros, también, para ir a comer. Después fuimos a ver los talleres de las mujeres.
En la puerta, Aritz, posó con algunas mujeres que portaban unas bolsas de una cooperativa que colabora con ellos y a la que nuestro amigo les hizo de correo... Este hombre es un sol y un ejemplo de bondad y humanidad. ¡¡ Buen chaval !!
Luego entramos a ver a las mujeres trabajando...
Posando con las bolsas de la cooperativa que colabora con esta causa.
Pasamos un buen rato en los talleres. Tras presentarnos su organización y la mecánica de su trabajo, hablamos un poco con las mujeres. Luego, unas fotos, unas bromas y, tras comprar unos pañuelos, nos fuimos.
Antes de marcharnos fuimos a despedir a los niños. Estaban en clase, así que, no les molestamos mucho. Hicimos algunas fotos, saludamos a las profesoras y pusimos rumbo a la guesthouse.
Esto llegaba a su fin...
Las mujeres trabajando en su taller.
Los niños estudiando en sus aulas. Por suerte, se podrán labrar un futuro el día de mañana.
Se acababa otra etapa del viaje. Me hubiese gustado quedarme más tiempo en Kashí, conocer mejor la ciudad y su gente e impregnarme más de sus cosas buenas, de esa forma de agradecer la vida y entender la muerte...
Pero había que partir. Teníamos las maletas preparadas, así que, tras cargar con nuestro equipaje, salimos a la parte exterior de la ciudad vieja. Allí, en la zona de asfalto y hormigón, cogimos unos taxis hasta la estación del tren. Teníamos por delante, nada más y nada menos que 825 km y otro trajín de maletas y mochilas. El tren partía a eso de las 20:40 h y tenía prevista su llegada a las 14:45 h, es decir, unas 18 "horitas de traqueteo".
El convoy llegó más o menos puntual, nos acomodamos y nos dispusimos a pasar la noche de la mejor manera posible. Estuve escribiendo un rato en mi diario hasta que el cansancio, que se acumulaba en exceso a estas alturas, me derrotó y me eché a dormir.
Rishikesh
Lo bueno que tienen los viajes nocturnos es que, si coges el sueño, aprovechas las horas para descansar. Por mi parte fue un viaje muy bueno, nada que ver con el martirio Jhansi-Varanasi. Yo estaba perfectamente recuperado y Jon, tras
ser tratado por un médico local, se encontraba mucho mejor aunque bastante débil. Dormí como un bebé hasta que la mañana estaba avanzada. Lo necesitaba. Después di un paseo por el tren y pasé un rato de charla con los compañeros. Como todavía quedaban unas horas para llegar, en una de las paradas compramos algo para comer. Finalmente, a eso de las 15:15 horas llegamos a Haridwar, la estación de Rishikesh. Estábamos en la ciudad del yoga, una de las ciudades sagradas del hinduismo. Bajamos del tren y fuimos en busca de unos taxis para trasladarnos hasta el hotel que estaba situado río arriba, a unos 25 km de distancia, en la parte alta de la población, en la zona llamada Tapovan.
Tardamos casi una hora en recorrer esa distancia ya que tuvimos que hacer un buen tramo detrás de un camión que nos impedía el paso.
Llegamos al atardecer y, como siempre, nada más llegar, registrarnos y dejar las maletas, pensamos en salir a dar una pequeña vuelta de reconocimiento. La familia de la dueña del hotel, donde nos alojamos, estaba de boda y nos invitaron a acercarnos hasta la carpa de la celebración, al otro lado del río, para comer y beber con ellos. Esas ocasiones no se pueden desperdiciar, así que, una ducha rápida y allí que nos fuimos.
El Lakshman Jhula situado frente al Kailash Niketan Temple.
La entrada al recinto.
El interior del recinto para la boda.
Reinaba un gran ambiente. Quizá, la más triste de todas era la novia. Tal vez se casaba por imposición o simplemente estaba cansada de día...
El gentío era impresionante. Eso sí, las mujeres sentadas frente a la zona de baile y los hombres, por otro lado, bailando y bebiendo. Pasamos allí un buen rato. Nos animaron a bailar, nos ofrecieron comida y alcohol. Algún "espabilado" aprovechó la ocasión para que le sacásemos alguna foto con la chica que se quería ligar... Bueno, lo típico en las bodas.
Comida, alcohol, bailes ¡¡ Fiesta !! ... Pero las mujeres tan sólo de "exposición".
Los novios, sin conocernos de nada, se dejaron fotografiar amablemente. Abajo, a la izquierda, la dueña del hotel, la mujer que nos invitó a la fiesta.
La gente fue amable y cordial. La verdad es que fue un rato muy agradable y una experiencia maravillosa pero, llegado un punto, ya no pintábamos nada allí y poco a poco volvimos para el hotel. Cruzamos por el puente colgante llamado Lakshman Jhula, frente al Kailash NiketanTemple y pusimos rumbo al hotel, parándonos antes un momento para ver los ghats con las luces de la noche.
El día había sido bastante "durillo" y, todavía, teníamos que acomodarnos en las habitaciones antes de tumbarnos a descansar. Mientras organizaba mis cosas, aproveché para descargar las fotos de la boda y las del último día en Varanasi. Luego, tras hablar por teléfono con mi hijo y con Rosa, me abandoné a los caprichos de los sueños.
Rishikesh
Me desperté con sensaciones extrañas. Animado para empezar el día, pero algo triste porque el viaje entraba en su cuenta atrás. Me duché y bajé a reunirme con los compañeros. Era temprano pero, algunos, habíamos quedado para
desayunar y visitar la parte alta de la ciudad, la situada en la margen derecha de Maa Ganga...
Rishikesh está situada en el estado de Uttarakhand. Es conocida como la puerta del Himalaya o la ciudad del Divino y es uno de los lugares sagrados que baña el río Ganges. A lo largo de los siglos se han acercado hasta aquí sadhus, yogis y peregrinos a hacer penitencia en el lugar en el que Shivá bebió el veneno para salvar al mundo. Maa Ganga fluye a través de la ciudad y tras abandonar las montañas Siwalik, una cordillera paralela al Himalaya, entra en las llanuras del norte de la República de la India. Rishikesh poco tiene que ver con Varanasi. Aquí, el río es azul, puro, salvaje, incluso hermosamente estruendoso. Sin embargo, carece de la “magia dorada” de Kashí, inimitable en su color, su olor, su arquitectura… Su vida.
Comparados con Varanasi, los ghats junto al río son minúsculos. Aquí se viene a meditar y a hacer yoga. No huele a carne quemada porque... Nadie viene a morir a Rishikesh.
Cruzamos el puente y subimos a la zona alta de la ciudad. Allí, tras un divertido regateo, acabamos compartiendo un tuc-tuc con unos indios para bajar hasta el otro puente, el llamado Ram Jhula, situado en la parte baja, donde la escasa y destartalada industria y los grandes y desvencijados centros comerciales, te exorcizan del embrujo en el que te envuelve la parte alta de la ciudad.
Tras dejar a nuestros compañeros de viaje y sin entrar en la vorágine de la ciudad, nos encaminamos a uno de los ghats junto al puente.
Vista de la margen izquierda desde el Lakshman Jhula.
El puente colgante Lakshman Jhula y el Kailash Niketan Temple desde la margen derecha.
Allí, un pequeño barrio de casas bajas y maltrechas sirvió para que entrásemos entre unas calles estrechas que daban paso a una zona algo más urbanizada. Había un par de tiendas de "pitxias" en las que compré unas pulseras. Luego bajamos hasta el ghat y nos encontramos con un hombre que servía chai.
Nos sentamos. Aritz, con su habitual y maravilloso don de gentes, entabló conversación usando sus conocimientos de hindi. El hombre, notando la cercanía y la simpatía de Aritz, se abrió a nosotros. Reímos con su conversación -traducida por nuestro amigo, claro- y, tras tomar un segundo chai y hacerle la caja del día a ese buen hombre, seguimos nuestro camino.
Unos "babas" en las escaleras de un pequeño ghat.
El simpático señor que nos sirvió el chai en la parte baja de la ciudad. A la derecha su tetera.
El Ram Khula.
El Ganges, limpio y puro, desde el puente Ram Khula.
Vista de Rishikesh desde la margen derecha del río.
Cruzamos el puente -el Ram Khula- volviendo así a la margen izquierda del Ganges. Por supuesto, no había pérdida. El camino transcurría paralelo al río.
El ashram que en febrero de 1968 visitaron The Beatles quedaba muy abajo. Allí compusieron unas 48 canciones, muchas de las cuales aparecen en el White Album. John Lennon grabó en este lugar la canción "The happy Rishikesh song”. Pero, en la actualidad, está abandonado y escondido entre una frondosa vegetación. Además para entrar había que pagar unos 8 € al cambio y ni tan siquiera nos acercamos.
Los tranquilos ghats de Rishikesh desde el puente.
El arrullo de las bravas aguas de Maa Ganga, que bajan salvajes por estas latitudes, era un agradable compañero de paseo. Pasamos junto a la llamada Ganga Beach hasta adentrarnos en una zona de frondosa vegetación. Los monos ululaban saltando de rama en rama y, de vez en cuando, bajaban al suelo a ver si pillaban algo de comer.
El paseo río arriba, sin apenas desnivel, fue de lo más reconfortante. Las callejuelas eran placenteras. Alternaban pequeñas tiendas de libros, medicina ayurvédica, piedras, máscaras y artesanía. Había puestos de frutas y verduras. Las vacas paseaban tranquilas.
Puestos de frutas y verduras por las calles de Rishikesh.
El baba del templo.
Sólo había que tener cuidado con los monos que se lanzan despiadados sobre la comida. Una inmensas arboleda daba paso a un pequeño poblado. Los niños jugaban en la orilla del río, las mujeres cargaban sus cestos, unos monjes con túnicas color canela se dirigían a uno de los templos. El sol calentaba a esas horas y allí, bajo la sombra de los árboles, se estaba como en la gloria.
Mientras, desde un templo cercano, se entonaban oraciones. Me asomé curioso y me encontré a un monje comiendo en unas marmitas. Le saludé con un namasté y el hombre, educado, me devolvió el saludo juntando sus manos a la altura del pecho. Luego, tras pedírselo con antelación, pude hacerle una foto. Me despedí agradecido y me devolvió una sonrisa.
Al salir me topé con unos enormes monos que, puestos de pie, medían casi dos metros. Eran... ¡¡ Preciosos !! Blancos y grises, con la cara oscura y los ojos claros... Pero poco fiables.
Sin apenas darnos cuenta, estábamos en la zona de las tiendas de los nepalís, cerca de la plaza donde estaba la estatua de Shivá, es decir en el acceso al Lakshman Jhula.
Uno de los enormes monos.
El puente colgante Lakshman Jhula en pleno trajín de gente.
Al cabo de un rato nos juntamos con el resto del grupo y fuimos a comer a un restaurante de la parte alta. Comimos muy bien. Después bajamos al hotel. Hacía calor.
Por la tarde, cada uno tiró según sus apetencias; algunos querían masajes ayurvédicos, otros pasear, otros bajar a la ciudad...
Maa Ganga bajaba sereno y limpio antes de llegar a los rápidos de Rishikesh.
A eso de las 17:00 horas nos reunimos algunos compañeros para ir río arriba a ver como y por dónde bajaba el Ganges. Fue un paseo agradable y tranquilo. Si algo se respira en Rishikesh es eso, tranquilidad.
La carretera ascendía sin mucha pendiente hasta que, llegado un punto, cogimos un cruce a la derecha que nos desviaba del cauce. Allí empezaban unas fuertes rampas. Accedimos por una pista a una zona en la que unos riachuelos se juntaban y creaban un pequeño, pero bonito, salto. Nos encontramos con algunas campesinas que venían a por agua con unas grandes garrafas de plástico.
Enseguida empezó a decaer la luz y, por lo tanto, decidimos regresar a la ciudad.
Una de las pozas que aportaban sus aguas al Ganges.
Una vez abajo nos fuimos encontrando con otros compañeros. Al final fuimos a comer un chow-mein a uno de los puestos de comida callejera que podías encontrar en el paseo junto al río. Lo regentaba un joven hindú que, en 3 m2, tenía montado un tinglado alucinante. Por 50 rupias, unos 0,60 € al cambio, servía unas raciones de lo más generosas y, lo mejor de todo, es que estaba... ¡¡ De muerte !! Es el mejor chow-mein que he probado nunca.
Tras dar un paseo por la orilla del río, para bajar la cena, nos fuimos a descansar. Al día siguiente íbamos a hacer un trekking por las montañas y a las 04:30 horas debíamos estar preparados en el hall del hotel.
Una vez en la habitación, tras descargar las fotos y hacer un par de llamadas, me di una ducha caliente y me metí en la cama. Me daba pena no poder compartir con Rosa esta experiencia tan interesante...
Rishikesh
Sonó el despertador a las 04:00 horas y me levanté como empujado por un resorte. Me vestí, cogí mi equipo y a la hora convenida estaba en el hall. Allí estaba ya Aritz. Los compañeros fueron apareciendo poco a poco, como un goteo...
Enseguida llegó nuestro guía junto con los dos jeeps que nos iban a trasladar, montaña arriba, hasta Maa Kunjapuri Devi Temple. No recuerdo el nombre del guía, pero sí que era un hombre afable, no muy grande pero fibroso, era todo músculo. Nos montamos en los coches y arrancó la expedición. Pusimos rumbo al norte, hacia las montañas. Enseguida, la carretera empezó a coger altura y a estrecharse. Serpenteaba retorciéndose por las laderas del terreno y las curvas eran cada vez más cerradas. Tras más de hora y media de trayecto para realizar unos 25 kms, llegamos a Maa Kunjapuri Devi Temple.
El Maa Kunjapuri Devi Temple.
A pesar de su austeridad, este templo, tiene una gran carga simbólica. Está ubicado en la cima de una colina a una altura de 1.676 m.s.n.m. en medio de la cordillera de Tehri Garhwal. El significado mitológico de este templo es inmenso, al ser uno de los 51 grandes Shakti Peethas de la religión hindú. Los Shakti Peethas son santuarios importantes y destinos de peregrinación que se basan en la historia de la muerte de la diosa Sati. La mayoría de estos lugares históricos de culto se encuentran en India, pero también hay siete en Bangladesh, tres en Pakistán, tres en Nepal, uno en el Tíbet y otro en Sri Lanka.
En el marco del hinduismo, Satī, es la diosa de la felicidad marital y la longevidad. Es la primera consorte del dios Shivá que es uno de los dioses de la Trimurti, la Trinidad hinduista, en la que representa el papel del dios que destruye y renueva el Universo. Los otros dos componentes de la Trimurti son Brahmá y Vishnú.
Cuenta la leyenda:
...que Sati quería casarse con Shivá pero Daksha, el padre de Sati, prohibió su matrimonio. Sin embargo, Sati y Shivá finalmente se casaron. Daksha realizó un yagna (ofrenda) con el deseo de vengarse de Shivá. Invitó a todas las deidades excepto a los recién casados. A pesar de todo, Sati decidió asistir. Daksha insultó y menospreció a Shivá y grito y avergonzó a su hija. Esta, deshonrada, decidió inmolarse. Enfurecido por la muerte de su cónyuge, Shivá le cortó la cabeza a Daksha. En una noche de horror realizó el Tandava, la danza celestial de la destrucción. Shivá cogió el cuerpo calcinado de su mujer y se paseó por el Universo. Trozos de Sati cayeron en varios puntos a través del subcontinente indio. Esos 51 puntos se conocen hoy día como Shakti Peethas.
Posteriormente, Sati se reencarnó en Parvati y los amantes volvieron a reencontrarse.
La leyenda de la diosa Sati da origen al ritual del mismo nombre, en el que las viudas se inmolaban en la pira funeraria de su marido como acto final de "lealtad y devoción". Este ritual estuvo vigente en el hinduismo hasta su abolición, en 1829, por Lord William Bentinck durante la ocupación británica.
Bueno, después de esta explicación, que espero no os haya aburrido, sigamos con el diario de viaje...
Panorámica del valle al amanecer. A la izquierda Maa Ganga seccionando, a su paso, la localidad de Rishikesh.
Amanecía. La "hora azul" ya había pasado. El cielo empezó a teñirse de tonos naranjas. Estábamos a más de 1.600 m de altitud. Abajo, en el valle, el Ganges, como un cuchillo de brillante filo, seccionaba la localidad de Rishikesh que aparecía salpicando de casitas y templos las faldas de las altas montañas.
Allí, en aquel templo, el guía sacó de su mochila fruta y unos bollos para desayunar. Junto al templo había un hombre que servía chai así que, con aquello, desayunamos como reyes. El guía nos contó que era hijo de un moje nepalí y que había trabajado de sherpa.
El sol levantaba sobre las montañas aledañas al Himalaya.
Después de desayunar y antes de iniciar el trekking, pudimos hacer unas fotos de todo el perímetro de la plataforma, con las montañas cercanas y las imponentes cimas de la cordillera del Himalaya. Desde allí se podían ver, entre otras cumbres, el Thalaysagar (6.904 m), el Kalanag (6.387 m ), el Bandarpunch I (6.302 m), el Bandarpunch II (6.102 m ). Allí, en el lado sur del glaciar Gangotri, en el sitio sagrado de Gaumuk, se encuentra la fuente donde nace de Maa Ganga.
La parte noreste de India hace frontera con Nepal. Tanto hindúes como nepalís convive en esta comarca sin contratiempos, cada cual con sus costumbres y, ambos, con un sentimiento común de rechazo hacia el imperialismo chino tras la invasión, en 1950, de parte de Nepal, India y la totalidad del Tíbet.
Allí, frente a la maravillosa vista de unas imponentes montañas, empezó a gestarse un posible viaje a Nepal...
Algunas de las imponentes cumbres del Himalaya.
La sucesión de montañas era vertiginosa.
Ahora sí, arrancaba el descenso... Iniciamos la marcha ladera abajo atravesando una zona donde había poca vegetación, tan sólo unos cactus y algunos arbustos. Luego pasamos junto a terrazas de sembrados en los que predominaba el trigo. Un trigo que estaba todavía verde, pero que crecía fuerte y vigoroso. Fuimos dejando atrás pequeñas aldeas y granjas diseminadas entre un basto paisaje de verdes montañas.
Campos de trigo en las terrazas para cultivo.
El grupo de niñ@s que iban al colegio.
Nuestro amigo "el andarín" había impuesto un paso de "legionario" que, en ocasiones, nos sacaba de punto, sobre todo cuando parabas un momento para hacer alguna foto.
La vida en la montaña está estructurada en una ordenada sociedad. Aunque parezca insignificante, en aquel basto territorio, en aquella inmensidad, cada individuo tiene su rol y todos son indispensables. A lo largo del empedrado camino nos fuimos encontrando con aldeanos sonrientes, mujeres con el ganado, el antes citado maestro, el hombre segando, jóvenes recogiendo leña para el hogar, la mujeres acarreando agua... Cada cual en su labor, cerrando un círculo que hace que todo funcione.
Rishikesh desde la montaña.
La gente, la vegetación, el ganado... Todo está en consonancia para que la maquinaria funcione.
Un momento especial fue cuando, en un cruce de caminos, nos encontramos con un grupo de críos uniformados. Desde cada aldea partían pequeños grupúsculos que después recogía un profesor para darles clase, diariamente, en una humilde construcción que hacía las labores de escuela. Cada mañana deben recorrer unos cuantos kilómetros pero, por lo menos, tienen la opción de recibir una educación que, aunque sea básica y elemental, les da la posibilidad de acceder al segundo grado. Otro diente más en el engranaje que hace que la sociedad de montaña funcione. Fue grato charlar con el maestro y saludar a aquellos niños llenos de ilusión y simpatía.
Humildes familias que habitaban en pequeñas aldeas de la montaña.
Terrazas para aprovechar el agua del regadío iban configurando un singular paisaje.
Entre casas diseminadas y humildes caseríos íbamos guardando, tras nuestro paso, una inmensa colección de fotografías en las que se recogían los saludos y las sonrisas de aquella simpática, agradecida y hospitalaria gente.
En la zona baja los árboles ocupaban el espacio desplazando, con su verde follaje, a los cultivos de la zona alta.
El camino iba perdiendo pendiente y a su vez se iba adentrando en un frondoso bosque de monte bajo. El verde del follaje, los arbustos y un fino manto de hierva habían reemplazado a las terrazas de cultivos.
Mujeres recias y fuertes sin por ello dejar de ser elegantes y femeninas.
Casi al final de la caminata nos encontramos con un grupo de cinco mujeres. Subían ladera arriba, con una enorme carga de ramas verdes sobre sus cabezas. Desde la distancia no se apreciaba nada más pero, al cruzarme con una de ellas, al pasar bajo su fardo, rozándola , me encontré con una preciosa fotografía. Era una mujer recia, con unas manos agrietas por el trabajo, "armada" con una hoz que le ayudaba a sujetar la carga... Pero, bajo esa dura apariencia, me encontré con una mirada profunda, cómplice, incluso seductora... Una boca de labios carnosos, que dibujaban una provocadora mueca... ¡¡ Namasté !! -le dije... Ella sonrió y, tras un instante inolvidable, siguió montaña arriba.
Enseguida llegamos a las pozas que formaban la cascada Neer Gaddu. No eran las mismas que habíamos visto el día anterior. Estas, estaban situadas más arriba, en la montaña. Después de unos 12 Kms de marcha, un chapuzón en aquellas refrescantes aguas, nos aliviaría del sofocante calor que nos había acompañado todo el camino. Pero no estábamos solos. Un grupo de nativos se nos unió en el baño. La verdad es que estuvimos muy a gusto.
Un instante inolvidable.
Distintas fotos de la cascada Neer Gaddu.
Era el momento de reponer fuerzas. Nuestro amigo, "el andarín", abrió la mochila y, al igual que un mago que saca cosas de su chistera, empezó a sacar... Pan, queso, un bota de vino, fruta de todo tipo como mango, mandarinas, manzanas... Pero el punto culminante fue cuando del fondo de la mochila sacó... ¡¡ Una sandía entera !!
La troceó y la repartió entre todos. No sé cuantos kilos llevaba este hombre en la mochila, pero entre la fruta del desayuno y todo lo que sacó para comer, calculo que llevaría cerca de 20 kg. Lo cierto es que aquél almuerzo nos supo a gloria. Después de un largo rato de relax nos vestimos y acabamos el descenso hasta la carretera por la que, a la mañana temprano, habíamos subido en los jeeps. Allí, en la carretera, esperamos el autobús de línea. Llegó enseguida y subimos mezclándonos con los nativos. En media hora estábamos en Rishikesh.
Ya en el hotel, tras una reconfortante ducha, fuimos a recibir un masaje. Más de una hora de "meneos" que trasladaron mi cuerpo y mi mente a otra dimensión.
Al atardecer salimos a dar una vuelta por la ciudad. Bajamos a cenar un chow-mein al puesto donde habíamos estado la víspera. Era la última cena en Rishikesh.
Tras cenar y dar un paseo por los ghats, tomamos el camino de vuelta al hotel. Tras el madrugón, la caminata y el masaje, el cuerpo necesitaba un poco de descanso.
Sólo nos quedaba una mañana en la ciudad y había que aprovecharla...
Organicé y recogí todo en la maleta para que, al día siguiente estuviera todo preparado.
Descargué las fotos, hice las copias de seguridad y tras hablar por teléfono con Rosa y con mi hijo me fui a dormir.
La parte alta de la ciudad y el acceso al puente colgante.
Rishikesh - Nueva Delhi
Amaneció. El viaje llegaba a su fin. Era el último día de estancia en la ciudad del yoga. Me daba pena, mucha pena. Pero había que aprovechar la mañana ya que, por la tarde, a eso de las 14:00 horas debíamos partir hacia la estación del tren
para trasladarnos a Nueva Delhi. Salimos a desayunar al Ganga Beach Coffee. Un sitio tranquilo para iniciar el día absorbiendo la paz del entorno. Desde allí, viendo el ir venir de la gente a través del puente colgante, organicé un poco la mañana para aprovecharla a tope. Tenía que hacer aún un par de cosas; comprar unos discos que había visto en una tienda y darme un baño purificador en las puras y frías aguas de Maa Ganga.
Desayunando en el Ganga Beach Coffee.
Las últimas vistas de la ciudad antes de la partida.
Así que, después de desayunar fui a comprar los discos de música tradicional hindú y los llevé al hotel. Dejé todo en la habitación y sin cámara ni nada me fui a dar un baño al Ganges. No podía marcharme de Rishikesh sin "purificar mi alma" en las aguas de Maa Ganga. En Varanasi era imposible bañarse, bueno, más que imposible, lo correcto sería decir suicida. Pero aquí, en la cabecera del río, dónde las aguas bajan puras y transparentes, darse un chapuzón era todo un privilegio. No hay constancia de ello, pero juro que así lo hice. El agua estaba fría y bajaba con mucha corriente pero, finalmente, pude zambullirme en uno de los ríos más emblemáticos del Mundo. Ahora puedo decir que me he bañado en el Ganges.
A la izquierda la Ganga Beach. A la derecha un grupo de jóvenes al final de un descenso por los rápidos del Ganges.
Después volví al hotel y recogí las últimas cosillas. Tenía todo organizado de víspera así que me dio tiempo a realizar un último paseo. Bajé hasta Ganga Beach e hice las últimas fotografías. Me encontré con un grupo de jóvenes que acababan un descenso y me pidieron una foto. Me pasaron una dirección de correo electrónico y, cuando llegué a mi casa en Astigarraga, edité sus fotos y se las mandé. Sí, ya veis, mis fotos viajando por el mundo...
Luego volví al hotel. Nos reunimos a la hora convenida y partimos en tren hacia Nueva Delhi. Ahora tocaban los momentos de tensión en los aeropuertos y el stress de regresar al "mundo real".
En el tren desde Rishikesh a Nueva Delhi.
Nueva Delhi - Riad - Madrid - Astigarraga
Volamos de noche desde el aeropuerto Indira Gandhi de Nueva Delhi, hasta el aeropuerto Rey Khalid de Riad, en Arabia Saudí. Allí, el avión dejaba algunos pasajeros y cogía otros, pero nosotros no tuvimos que apearnos.
Desde Nueva Delhi hasta Riad era un viaje de unas cuatro horas y media. Como había sitio de sobra en el avión me fui a la parte de atrás y empecé a escribir en el diario.
Al lado izquierdo de mi asiento, en la parte de cola, tenían habilitado un hueco para que los musulmanes rezasen sin ser molestados. Siempre exigentes con su religión...
Tras hacerles una foto, con bastante disimulo, me acomodé estirándome todo lo largo que soy -que no es mucho- y pude echarme un sueño bastante reconfortante.
Aterrizamos en Riad y, como os decía, sin apearnos del avión se produjo el transbordo de pasajeros. En apenas una hora volábamos dirección Madrid. Llegamos a Barajas sobre las 13:30 y, tras recoger la maletas, fuimos a la parada del autobús de línea que nos llevaría, en un último traslado, hasta San Sebastián.
Los musulmanes rezaban en dirección a la Meca.
Llegamos a casa a eso de las 20:30, cansados y con las sensaciones contrapuestas que siempre se traen de esos viajes; por un lado, el bajón que supone volver al trabajo, a la rutina... Pero, por otro lado, la sensación de bienestar, las vivencias, los recuerdos de tantos y tantos momentos de satisfacción y de aventura...
Regresamos a occidente sin ningún contratiempo. Yo con unas ganas tremendas de abrazar a mi hijo y a mi pareja, pero también con ganas de editar las fotografías y recordar cada momento que allí viví. Así, cada vez que miro las fotos, es como si me transportara hasta allí y volviese a sentir el calor, el olor y los sonidos de aquel maravilloso país que es India.
A tod@s l@s que hicieron posible este viaje: Danhiyavaad !!
Cuenta la leyenda:
...que Ammavaru, la diosa ancestral que existió antes del comienzo de los tiempos, incuvó a la Trimurti (Trinidad) encargada de dar forma al Universo. Así surgieron Brahmâ (Dios Creador), Vishnú (Dios Preservador) y Shivá (Dios Destructor). Ellos serían los encargados de crear el cielo y la tierra y guardar su eterno equilibrio.
Que la llama apasionada de Brahmâ, la bondad de Vishnú y el poder de resurgir de la destrucción de Shivá, alumbren el camino de tu vida hasta alcanzar el Nirvana.
© F. J. Preciado 2014